¿Qué pasa cuando un matemático miran un paisaje pintado? ¿Por qué grita el famoso personaje de Munch? Algunas respuestas se pueden encontrar en "Un científico en el Museo de Arte Moderno?
Alicia y su país de maravilla pudieron deberse a la migraña crónica que sufría Carroll, o a las alucinaciones producidas por el Amanita muscaria, que también es el hongo que utilizaban como viviendas Los Pitufos. El personaje de El grito, de Munch, pudo haber entrado en pánico por una erupción volcánica y La noche estrellada, de Van Gogh, se utilizó como ejemplo de la física del caos.
La mirada científica sobre cualquier ícono o suceso ficcional (más allá de la mera divulgación de las ciencias) encontró un nuevo nicho en el mercado editorial y crece entre la devoción de los lectores y el enfado de los académicos. El profesor-investigador de la Universidad de Guadalajara Luis Javier Plata Rosas lleva publicados muchos libros de divulgación científica y es uno de los escritores más creativos de habla hispana, el más prolífico y festejado por todas las edades en el género. Llegó a combinar la Ciencia con Madonna y Hello Kitty. Cree que educar no es la única función, ni siquiera la principal, de la divulgación, y ha disparado teorías tan sorprendentes e interesantes como increíbles.
En Un científico en el museo de arte moderno (Siglo XXI, Ciencia que ladra, 2012) propone un paseo por lo que de ciencia tienen algunas propuestas del arte plástico moderno y lo que de arte suele tener la ciencia, sobretodo la especulativa. Desde la bioingeniería al servicio de la técnica pictórica hasta teorías de múltiples dimensiones; Rosas repasa en breves capítulos (ilustrados en la colección de Siglo XXI en blanco y negro -un defecto casi imperdonable-) algunas explicaciones o excusas que los artistas impusieron para presentar o defender sus obras. No deja pasar otras miradas científicas sobre instancias específicas de la historia del arte y sus productos. Se trata de un libro perfecto para aquellos que jamás entendieron las instalaciones, por ejemplo, o para quienes no encontraban explicación a algunas monstruosidades pictóricas que otros veían geniales. Es un libro que puede leer cualquier persona sin el mínimo interés en la plástica ni en la ciencia, y disfrutarlo; esa es la virtud y la clave del éxito de estas nuevas tendencias comerciales en literatura de no ficción.
“Cuando tocas el tema de ciencia y pintura —explica Plata Rosas desde Puerto Vallarta, donde vive— una buena parte de nosotros de inmediato piensa en Leonardo da Vinci o en geometría, y más allá de la intención con la que un artista pintó un cuadro, para cada uno de nosotros existe una interpretación abierta y subjetiva al examinar una obra, que está en función de nuestras experiencias, estado anímico, conocimientos y otros rasgos individuales. Mi propósito en este libro fue compartir con los lectores los muchas veces inesperados resultados de este encuentro entre científicos y artistas”.
Coincidencias
—Las “explicaciones” que suelen dar ciertos artistas intentan teñir de conceptos científicos a sus obras como una manera de legitimarse más allá del oficio como si fuese más importante o digno ser científico que artista. De a momentos parece que cualquier cosa podría pasar por ese tamiz, ya que la ciencia lo estudia todo. ¿Cuál fue el criterio a tener en cuenta para unir ciencia y arte en este libro?
—Hace unos años publiqué en México un artículo sobre darwinismo literario, que es el análisis de obras de la literatura desde el punto de vista de la evolución por selección natural. Los darwinistas literarios no proponían que su lectura fuera la única válida, pero sí afirmaban que era entendible el comportamiento de los protagonistas de novelas como “Anna Karenina” en términos de hembras que buscan la supervivencia de sus genes al conseguir los mejor de dos machos: uno, el “buen chico/buen padre” para proveer de techo y comida a sus hijos, y el segundo, el “chico malo/buen semental” para proveer de buenos genes a esos mismos hijos (biológicamente, el padre auténtico). A un escritor de mi país le pareció aberrante, “cientificista” y, de alguna manera, denigratorio el ponerse los anteojos de la ciencia para leer a los clásicos. Algo similar ha ocurrido con la ciencia y la pintura moderna, pero a mí me parece que esto es, inclusive, bastante enriquecedor.
—Se plantea en un momento el trabajo de Jackson Pollock con fractales. ¿realmente cree que Pollock sabía lo que hacía? Porque parece impensado que conociera ese concepto casi innatamente. ¿No son, a veces, las explicaciones, víctimas de lecturas con el diario del día después?
—Estoy seguro de que Pollock no lo sabía porque su obra es muy anterior al desarrollo de la matemática fractal por Mandelbrot. Pero eso es precisamente lo asombroso de artistas como él, Van Gogh, Monet y otros: consiguieron “atrapar” en alguna de sus obras algún aspecto de la naturaleza que coincide con el análisis que la ciencia hace de éste. El procedimiento que Pollock usaba para hacer sus cuadros, transformándose en una especie de péndulo humano y lanzando brochazos y goterones de pintura durante un intervalo de tiempo que abarcaba hasta varios meses hace que el resultado sea similar al de un proceso natural en el que determinismo y azar intervengan por igual. De ahí que al físico Richard Taylor se le ocurriera que las matemáticas que describen la geometría que presenta la línea de costa de los continentes, tal vez, pudiese describir la geometría de la obra de Pollock. Otro físico publicó un artículo en el que señalaba posibles errores del análisis matemático de Taylor y que buscaban rechazar la hipótesis de la matemática fractal detrás de Pollock, pero Taylor se encargó de refutar cada uno de ellos mediante otro artículo.
—¿Cómo se siente trabajando en divulgación científica y cuales son los escollos que el divulgador debe sortear para llegar a la gente común?
—Me encanta escribir divulgación científica. Me gusta, en especial, cultivar lo que Carl Djerassi llama “ciencia en ficción” y George Gamow “fantasía científica”: narraciones en las que todo es ficción, exceptuando la ciencia, que es bastante real y que, por lo tanto, las diferencia de la ciencia ficción.
—¿Qué se pierde cuando se simplifica demasiado un tema científico para divulgarlo en una publicación de carácter popular?
—Como científico, se pierde mucho. No es raro escuchar a más de un investigador quejarse por la trivialidad y, sobre todo, por la pérdida de complejidad o de profundidad al divulgar la ciencia. Mas hay que tomar en cuenta, nuevamente, que la ciencia es parte de nuestra cultura. Y leer sobre ciencia es, o puede ser, tan disfrutable y valioso como leer literatura de ficción, o incluso como asistir a un partido de Boca-River (por favor, disculpen si estoy exagerando y échenle la culpa a mi incultura deportiva transnacional) más allá de lo que busquemos aprender con ello. Así como podemos disfrutar de varias maneras un partido sin tener que ser un Messi: jugando en un equipo semiprofesional, con los amigos de la escuela, sentados en un estadio o, simplemente, en el sillón de nuestra casa, así también podemos disfrutar de la ciencia de varias maneras.
—Usted es, también, un autor de ficción. ¿Qué diferencias evidentes encuentra entre ellos a la hora de enfrentar cada género?
—Creo que la diferencia principal es que necesito ser extremadamente cuidadoso de que la ciencia que explico en divulgación sea correcta, precisamente para que no se convierta en ficción sin haber antes enterado al lector, quien por supuesto no espera que le den gato por liebre, o fantasía por ciencia.
(La Voz del Interior, suplemento Ciudad X.)