Dejar de pensar

Martín Cristal nació en Córdoba en 1972; es autor de las novelas Bares vacíos (México, 2001) y La casa del admirador (Córdoba, 2007), y de los volúmenes de cuentos Las alas de un pez espada (Córdoba, 1998), Manual de evasiones imposibles (México, 2002, Premio Iberoamericano de Cuento “Agustín Monsreal”), y Mapamundi (Córdoba, 2005). También ha publicado un relato para niños, El árbol de papafritas (Bs. As., 2007). Su novela inédita Las ostras recibió una mención en el Premio Literario Provincia de Córdoba 2010.


Foto: Facundo Di Pascuale.












¿Cómo escribís? ¿Pensás en una “obra” a la hora de escribir, o a eso lo ves después?
Después no: antes. Más o menos por la época en que salió mi primera novela, di en Internet con una vieja entrevista en la que Marcelo Cohen decía algo que se me quedó grabado: “Creo que, para hacer aparecer la pasión de escribir, es conveniente dejar de pensar a lo largo de algunas páginas. Eso lo aprendí de los músicos de jazz, que se permiten dejar de pensar por un ratito cuando trabajan sobre estructuras formales y temáticas severas. Pero para llegar a eso, la historia y el espacio deben estar muy delineados”. Desde entonces trabajo de esa manera: pienso mucho en la obra antes, precisamente para que “a la hora de escribir” pueda gestarse ese estado de suspensión del pensamiento. Después dejo leudar y más tarde trato de corregir el texto con la mayor distancia posible.
Funciona así para cada libro, pero —cuando ya tuve publicados algunos más—, me pareció que el trabajo de un escritor no podía consistir sólo en eso de publicar un libro tras otro, por “bien hechos” que estuvieran, sino que tenía que haber un plan general —más o menos preciso, pero siempre presente— para la obra completa. Sobre el particular, William Faulkner dice algo muy convincente en una famosa entrevista para The Paris Review. La reflexión de Cohen sobre el método aún rige mi forma de hacer, pero esos pensamientos previos sobre el libro por escribir ahora también lo contextualizan en el diseño general de una obra mayor.
¿Cómo ves a la “joven” literatura argentina? ¿Y a la cordobesa? ¿Existen?
Claro que existen las literaturas “jóvenes” o emergentes, siempre han existido y —mientras haya lectores curiosos— seguirán existiendo. El recorte geográfico adicional (“cordobesa”, “argentina”) responde sólo al interés de quien sea que encuadre la foto; creo que los dos recortes que reclama esta pregunta muestran panoramas muy saludables. Si te referís a “los nacidos en los setenta”, pienso que muy pronto dejarán de ser objeto de ese interés automático, un poco bobo, que se enfoca primero en el mero rasgo etario. Para cada generación, un buen día se produce un repentino desfasaje entre esa etiqueta (“escritor+joven”) y el conjunto de autores a los que venía designando. Mañana, como ayer, la renovación del campo dejará en offside a muchos de los futuros ex jóvenes; en especial, a los que hayan abusado de las indulgencias y de cierta inmunidad crítica que esa etiqueta les venía confiriendo. Esos escritores —que explotaron el adjetivo “joven” como si para su actividad fuera tan esencial como el sustantivo “escritor”, y que por conveniencia dilataron esa “juventud” durante más tiempo de lo que tolera su verdadero envejecimiento biológico— muy pronto serán sólo escritores a secas, y ya no valdrán por su novedad, sino por lo escrito. Nos vemos ahí.
¿Qué opinión te merecen las antologías de Carbonell y Lardone a propósito de esta generación de escritores?
Creo que ambas son valiosas. En el futuro, tendrán que (re)leerlas juntas todos aquellos que se interesen en ver qué fue de los autores incluidos, cómo evolucionaron, y también qué autores de la misma edad, sin haber sido incluidos en esas antologías, emergieron más tarde. Una tercera antología para esa misma relectura: la de narradoras jóvenes cordobesas, Dora narra.
10 bajistas (Carbonell, en Eduvim) es breve, pero muy pareja; puesto a elegir, destaco los cuentos de Ramírez, Vigna y Dema. Es lo que hay (Lardone, en Babel) trae mucho más material, lo cual se agradece, pero tiene más altibajos; de ésta, disfruté los cuentos de Montes de Oca, Giordano, Ramírez, Sánchez y Rabbia. Respecto de los títulos de ambas antologías: ninguno de los dos me convence demasiado en tanto frase, si bien pienso que la idea que sostiene al título 10 bajistas (desarrollada en el prólogo) es elogiable. En cambio, el concepto de Es lo que hay me parece fatal, tan irrespetuoso con los autores no antologados como con los incluidos, por lo que no da ni para la polémica (si ése fuera el efecto buscado) porque nadie más que Lardone puede salir a defenderlo con alguna convicción. El sentido primero y más evidente de la frase “es lo que hay” es de una resignación negativa, y no puede desactivarse tratando de explicar desde un prólogo otras posibles connotaciones.
¿Cuál crees que es el escritor más relevante hoy en el país? ¿Y en Córdoba?
No me atrevo a hablar de relevancia, sino apenas de gusto. De los que he leído, uno de los que más valoro es Marcelo Cohen: tiene una obra consistente, que siempre vuelve a la música como tema y también como rasgo de la prosa, compleja y muy personal (confieso, sin embargo, que no he podido avanzar con su última novela, Casa de Ottro; prefiero Impureza, o El oído absoluto). En la aparente sencillez y el humor de Hebe Uhart —por ejemplo en los cuentos de Del cielo a casa o en Turistas— encuentro rasgos prosísticos y temáticos con los que me identifico. Si me hubieran hecho esta pregunta hace menos de un año, hubiera incluido a Fogwill en la lista: aun con sus provocaciones indefendibles, su pensamiento afilado es un desafío; algunos artículos de Los libros de la guerra son una verdadera escuela para un escritor en ciernes. Algo parecido me pasa respecto de la literatura de Córdoba: quisiera que Jorge Barón Biza no hubiera saltado por la ventana diez años atrás; El desierto y su semilla es lo mejor que llevo leído de la narrativa cordobesa. En poesía, he disfrutado de la Serie americana de Alejandro Schmidt, entre otros poemas suyos que he leído en su blog; y también de los Tres poemas dramáticos de Silvio Mattoni.
¿Abordamos de diferente forma la lectura de un texto según el soporte en que se presente? ¿Leemos igual de un libro que de un blog, por ejemplo?
No leemos igual. Como el cine y las citas a ciegas, la lectura también depende en buena medida de nuestras expectativas, y el soporte en que se presenta un texto es uno de los factores que influye notoriamente en esas expectativas. También lo hacen los géneros y subgéneros, las editoriales y sus colecciones, y en general todo rasgo pasible de ser aprendido y por ende sopesado con anterioridad a la lectura en sí.
La cultura de la imagen cada vez gana mayor terreno, muchos chatean con dibujos en lugar de escribir palabras, o mandan mensajes de texto en códigos indescifrables. Ahora se sumaron las redes sociales. ¿Cuál es el futuro de la palabra? ¿Y el de la literatura?
La narración como tal existirá hasta el último día de la humanidad porque es uno de sus aglutinantes sociales más fuertes. Incluso trascenderá ese día, si después de nosotros aparece alguna otra raza interesada en nuestra historia y capaz de interpretarla.
Lo que importa, para un narrador, es narrar. ¿Qué importa si lo hace con palabras o con imágenes? No sé qué pasará con los otros géneros literarios, pero en todo caso —en un pronóstico llevado al extremo—, el destino último de la palabra es el mismo que el de la imagen, porque en el inexorable retorno a la Nada el silencio y la oscuridad son equivalentes.
¿Cómo ves el futuro del libro de papel?
Como el de las gaseosas en botellas de vidrio. Cuando eras chico no decías “¡qué buen sabor le da a la bebida este tipo de envase!”. No tenías con qué comparar. Hoy comprás botellas de plástico, lo que es muy conveniente en muchos sentidos, y te acostumbrás al sabor que tiene la bebida… pero un día pasás por un pueblo o un kiosco donde todavía venden de vidrio, volvés a tomar del pico una Coca-Cola fría y sentís una gran diferencia. Y así, aunque no haya vuelta atrás (diariamente, seguís comprando envases de plástico), el soporte anterior cobra otro valor.
El libro de papel va por el mismo camino. Con la llegada y el acostumbramiento a los defectos y virtudes del libro electrónico, el de papel se convertirá en un objeto vintage que siempre será muy valioso para quienes se han formado con él como lectores. Un librero me explicó que, con la llegada del libro electrónico, el futuro de su negocio no será desaparecer en tanto librería, sino transformarse en una especie de anticuario-cazador de ediciones raras, porque el segmento del público lector que valora esas ediciones no va a desaparecer; podrá ser pequeño pero, por cuestiones de la más pura lógica de oferta y demanda, estará dispuesto a pagar bien por esos libros.
¿Qué requisitos debe reunir un libro para volverte loco?
Podría intentar un listado pero, precisamente, lo más importante para que me vuelva loco siempre será que ese libro no responda a ningún listado completo de requisitos que yo pudiera elaborar de antemano, sino que instale su propia requisitoria con ítems imposibles de prever (y, así y todo, volverme loco). Por eso, esa “locura” por un libro en particular está imbricada con la edad a la que descubriste dicho libro; y también por eso, una mayor experiencia como lector va espaciando las sorpresas, mientras que éstas son abundantes en la etapa de formación.
¿Qué es un buen escritor? ¿Y uno malo?
El buen escritor y el mal escritor son lo mismo: dos niños inocentes que desean ser amados, y que tienen la loca idea de que eso se logra escribiendo lo mejor posible. Un deseo perseverante es el motor de ambos, pero sólo uno de los dos logrará escribir de una forma que rompa barreras y supere los estándares de su tiempo, o que por lo menos represente con fidelidad absoluta un universo claramente personal. El otro dictará talleres literarios.
¿Cómo ves a los talleres literarios?
Paso.
¿Cómo nace y cuál es el objetivo de El lince miope?
Alejo Carbonell, Diego Vigna y yo nos encontramos cada tanto en el barrio. En algún encuentro, Alejo sostenía que si bien en Córdoba hay un “ambiente” literario, no se termina de constituir un campo propiamente dicho por la falta de un aparato crítico que opere por fuera de las instituciones (el diario, la universidad…). Con matices, Diego y yo pensábamos algo parecido. Yo siempre había razonado el tema recordando esas artesanías en que se toma un taco de madera, se dibuja algo sobre él —por ejemplo, el contorno de la provincia de Córdoba—, y luego se clavan muchos clavitos sobre la línea de ese contorno, para empezar a tensar hilos de colores entre los clavitos (era algo que se enseñaba en la primaria, en manualidades). La literatura de Córdoba tiene todo eso: una buena base, el contorno dibujado, los clavitos bien firmes… pero faltan más hilos entre ellos.
Por eso, entre los tres decidimos impulsar El lince miope, donde unos autores/lectores —no necesariamente “críticos literarios”— comentan, reseñan o critican los libros de otros autores de la región. La idea es contribuir a la intensificación del intercambio y las saludables tensiones que constituyen un campo literario. De a poco iremos incorporando matices, invitando autores/lectores de diferentes puntos de la provincia y también de diferentes generaciones.

Link: www.martincristal.com.ar

2 coment:

Anónimo dijo...

este tipo no puede hacer otra cosa más que chuparle el culo a carbonell? que se ponga a hacer una revista de verdad, el lince miope es supuestamente "la mirada incómoda" y lo único que puede verse es "la mirada vieja". Dan lástima, eh.

JoséLB dijo...

Muy buenas respuestas, en especial lo del futur del libro en papel.