La entrevista perdida

Cuando el escritor colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño vio publicada su primera novela Breve historia de todas las cosas en Buenos Aires tenía 24 años de edad. Hubo diversas reacciones críticas, algunas excesivamente elogiosas y otras, pocas, colocándolo a la sombra de García Márquez. Seymour Menton escribió que su primera obra era lo más cercano a Cien años de soledad que se había producido en Colombia, Raymod Williams afirmó que Marco Tulio no necesitaba del boom ni de García Márquez, pues era un escritor que podía hacer su propio boom él solo, el crítico uruguayo Jorge Ruffinelli vaticinó que andando el tiempo Garramuño sería uno de los grandes de la literatura española, el mexicano Edmundo Valadés consideró que Breve historia de todas las cosas podría repetir el fenómeno de la obra mayor de García Márquez. Más de 30 años después de la primera publicación, Garramuño ha corregido y aumentado su primera novela y además le ha cambiado el título: ahora se llama Historia de todas las cosas y sus editores (Educación y Cultura de México y Trama Editorial de Madrid) apuestan por que el autor, ya maduro, ha cumplido su objetivo, de poner en circulación una novela de la calidad literaria de Cien años de soledad. Más de 30 años después de su primer publicación Garramuño ha visto editadas casi 30 títulos, que han recibido buena acogida crítica y de lectores de Latinoamérica.
El escritor MT Aguilera Garramuño es muy conocido en América Latina pero en España no tanto, pese a que fue finalista en el premio Alfaguara de novela del año 2000 con la obra El amor y la muerte. 

¿A qué cree usted que se debe esa falta de diálogo literario entre los dos continentes?
Hay que aclarar que fui finalista del Premio Alfaguara pero eso no se difundió. Fui llamado a la oficina de Marisol Schutlz, directora de Alfaguara en México. Ella me dijo que el Premio estaba entre la novela de un escritor mexicano y mi novela El amor y la muerte. Marisol me preguntó si yo estaba listo para asumir un premio del tamaño del Alfaguara, con todo lo que ello implicaba de viajes y compromisos. Le dije que naturalmente estaba listo y que desde que comencé a escribir había estado listo para todo lo que la profesión implicara. Ella me dijo que ganara o no, de todos modos la Editorial iba a publicar todas mis obras, una por una, hasta completar el catálogo completo de mis libros. No sucedió ni lo uno ni lo otro. El premio le fue concedido a La piel del cielo, de Elena Poniatowska. Mi novela fue publicada en edición limitada en Colombia y luego México no quiso reeditarla. La obra recibió crítica entusiasta y abundante en muchos países. Y eso fue todo. Luego publicaron Cuentos para después de hacer el amor en Suma de Letras México y España y El pollo que no quiso ser gallo en Alfaguara infantil. La promesa de publicar mis otros libros no se cumplió.

Como escritor de largo recorrido ¿Cómo se define usted?
Soy una persona extremadamente disciplinada, tanto en mi trabajo como escritor, como en mi labor como lector de la Editorial de la Universidad Veracruzana y en actividades deportivas. Fui fondista en mis años universitarios en Colombia, basquetbolista en Estados Unidos y México y actualmente soy nadador de categoría máster. Participo en competencias con frecuencia y lo mínimo que he alcanzado a nivel de competencias amateur son dos medallas de plata y lo máximo seis medallas de plata y una de bronce. Mis libros los trabajo por muchos años y son el fruto de largas investigaciones y de muchas escrituras, reescrituras y correciones. Si he de definirme debo decir que soy una persona que cumple sus objetivos con una terquedad casi invulnerable.

¿Cuáles son sus motivaciones literarias y en qué fuentes ha bebido?
Cuando publiqué mi primera novela algunos críticos y lectores dijeron que yo era un imitador de García Márquez. Muchos otros lectores, entre ellos el mismo García Márquez negaron esto. Se me encasilló como uno de los fundadores del post boom. Creo que con el resto de mis obras, que suman casi 30 libros, he demostrado tener mi propio mundo. He tenido algunas obras que podrían calificarse como “éxitos”: por ejemplo Cuentos para después de hacer el amor, que ya lleva 14 ediciones y El pollo que no quiso ser gallo, que ya se acerca a los 40 000 ejemplares vendidos en Latinoamérica. Hay quienes me atribuyen cercanía a Henry Miller, Rabelais, Rubem Fonseca, Cabrera Infante, lo que no me molesta en lo más mínimo.

¿Es el narrador un mentiroso compulsivo? ¿Cuál es su relación con la sinceridad y la mentira?
El narrador es un mentiroso que descubre o busca verdades. Para mí el buen escritor es el que dice lo que nadie se atreve a decir o el que descubre lo que nadie hasta ahora ha descubierto. Como persona pública practico una sinceridad a veces insultante; como critico literario no me permito nunca adular buscando mi propio interés. Tengo una costumbre que a veces puede parecer chocante: defenestrar crítica y analíticamente los libros que son lanzados como si fueran obras maestras y que en realidad son fantoches publicitarios. Lo he hecho varias veces con libros que reciben grandes premios literarios.

Dentro de su trayectoria como escritor encontramos una cantidad importante de publicaciones en el ámbito del cuento y la narrativa ¿En cuál de esos géneros se siente más cómodo y por qué?
Cuentos y novelas son territorios en los que me siento a gusto. Creo haberle atinado en algunas obras a la escritura de buenos cuentos y de novelas bastante legibles. Algunas han tenido ediciones limitadas y poca repercusión. Esto lo atribuyo a que yo me dedico básicamente a escribir, y cuando publico un libro, me olvido de él y me dedico a pensar en lo que ha de venir. Tres veces fui representado por Carmen Balcells y en las tres terminamos distanciándonos, más por mi culpa que por la de su agencia. Cuando ellos estaban negociando yo quería meter la cuchara, y eso no lo acepta la agencia. Después tuve otro representante colombiano que terminó estafándome. Entonces tomé la decisión de rascarme mis propias pulgas.El hecho de que yo viva en la periferia y no en una gran ciudad, ha favorecido que yo no tenga mucha exposición… lo que me parece muy bien, pues para un megalómano como yo lo mejor es que lo ignoren. Vivo en Xalapa, una ciudad de la provincia mexicana, y aquí he encontrado buen acomodo: llevo una vida tranquila, sin mucho traqueteo, sin demasiados viajes a ferias, conferencias, congresos y ello ha favorecido mi trabajo literario. Si viviera en Barcelona o el Distrito Federal en México, posiblemente me habría dedicado a la farándula literaria, a la figuración y habría terminado escribiendo la habitual basura de los adictos a la figuración.

Alguna vez se dijo de usted que sería el sucesor de García Márquez. ¿Esa aseveración ha marcado, de alguna manera, sus ambiciones literarias?
Sin duda García Márquez me marcó. Mi primera novela, Breve historia de todas las cosas tiene una relación directa con Cien años de soledad, no sólo por el manejo de técnicas literarias semejantes sino porque pinta un pueblo muy particular, muy imaginativo, que podría recordar a Macondo. Este hecho hizo que el primer editor de esta novela, Daniel Divinsky, de Ediciones La Flor, de Buenos Aires, afirmara que a él le gustaba más mi novela que Cien años de soledad. García Márquez la leyó en tiempo récord y me llamó para felicitarme. Y muchas veces, en privado, ha hecho excelentes comentarios sobre ella. Pero me dijo, como le ha dicho a muchos otros autores: “Nunca voy a hablar públicamente bien de tu novela porque eso te perjudicaría. Una vez hablé bien de une escritor y ya nunca volvió a escribir nada bueno”. Lo que yo le respondí en esa oportunidad a Gabo fue: “Puedes hablar bien de mí, puesto que yo tengo tan alta opinión de mi trabajo, que nada me puede hacer creer que soy más grande de lo que creo ser”.

Usted es colombiano de nacimiento pero reside en México desde hace más de treinta años. ¿La experiencia de la migración ha marcado de algún modo su obra y su relación con la realidad?
Vivo en México hace más de 30 años pero sigo siendo colombiano no sé si por romanticismo, por terquedad, nostalgia, pereza de hacer trámites o por llevarle la contraria a la corriente que tiende a denigrar de la nacionalidad colombiana. Tal vez si viviera en Colombia mis temáticas habrían cambiado pero no mi espíritu ni mi empecinamiento. Pero éstas son elucubraciones ociosas. Como sólo tenemos acceso a una dimensión espacio-temporal, puedo hablar de lo que he vivido, no de lo que podría haber vivido.

¿Cómo ve la situación actual de la literatura en América Latina y cuáles cree usted que son las señas de identidad de sus escritores?
Hay una tendencia a negar los orígenes entre los escritores latinoamericanos que han alcanzado una buena difusión en Europa. Muchos de ellos quieren escribir como europeos, quieren ser universales a costa de olvidarse de sus fuentes. A eso se ha llamado “negar las raíces”, usando un término bastante maniqueo. Opino que el problema no es que nieguen sus orígenes, sino que comienzan a plegarse a las exigencias de un mercado que les exige una especie de estandarización. Es claro que a pesar de esto Latinoamérica sigue siendo un surtidor prácticamente inagotable de buena literatura, que de alguna forma opaca lo que se hace en España. Fuera de Reverte y algunos best sellers españoles casi nada llega a las librerías de Latinoamérica, mientras que en España siguen campeando unos buenos nombres. Entiendo que España esté ofendida por el hecho de que casi todos los grandes premios se los lleven los escritores latinoamericanos… Pero es un hecho: la buena literatura se sigue produciendo en Colombia, Argentina, México , Perú.

Y para terminar, usted ha ganado un número considerable de concursos literarios. ¿Ayudan estos eventos a depurar la calidad creativa o son, al contrario, nuevas formas de mercantilizar la literatura?
Los premios me han ayudado a saltar trancas, a publicar en grandes editoriales sin hacer antesalas, a construir una buena casa para mi familia, me han dado desahogo pero no fortuna, me han permitido hacer viajes y me han dado reconocimiento en varios países. En general los premios que ayudan a elevar la calidad de la literatura son los pequeños premios. Hasta el momento no he recibido ningún premio verdaderamente grande. He sido finalista en Alfaguara y Planeta México. Por otra parte es bien sabido que los grandes premios están casi todos viciados. ¿Quién entiende que se le dé un Planeta a Camilo José Cela, un Alfaguara a Vargas Llosa o a Savater? La mercantilización es la que domina. Me encantaría que a los miembros de los jurados de esos grandes premios se les hiciera un examen a ver si de verdad leyeron diez de los 500 o más libros de concurso. Los premios los terminan dando los editores y los grandes nombres son sólo pantallas.







1 coment:

Pablo Seguí dijo...

Con cierta cautela, googleo el nombre del autor: para mi sorpresa, existe. -- Nunca lo había sentido nombrar; tampoco me la paso leyendo cada semana la "Ñ", por decir algo.

Saludos sanvicentinos.