OBTURADOR FATAL


















Sobre Playa Quemada de Gustavo Nielsen.

aprecido en FIN

¿Qué son los primeros cuentos que escribimos sino enfermedades, pedazos de lepra arrojados a un mundo injusto? ¿Muelas putrefactas asesinas, taladrando la noche? ¿Qué sino neuróticos en busca de su manicomio, de su fluidez maldita?

Gustavo Nielsen nació en Buenos Aires, en 1962. Fue radarista en el Crucero General Belgrano. Es arquitecto y escritor. Ha publicado Playa quemada (cuentos, Alfaguara, 1994), La flor azteca (novela, Planeta, 1997), El amor enfermo (novela, Alfaguara, 2000), Marvin, (cuentos, Alfaguara, 2004), Auschwitz (novela, Alfaguara, 2004) y Adiós, Bob (cuentos, Klizkowsky Publisher, 2006).

En septiembre de 2006, la editorial argentina Interzona ha reeditado su primer libro de cuentos Playa quemada, un compendio de historias casi bizarras que fue comparado en su época con el Bestiario de Cortázar. Ya en una primera lectura se pueden adivinar algunas imágenes autobiográficas (en “Alucinantes Caracoles…” aparece su apellido) y un patrón: la fotografía. Por ejemplo, en “Tatuaje de cartón” —el cuarto de los siete cuentos del libro, y el segundo que inicia la seguidilla en la cual la fotografía adopta un protagonismo tácito— una alegoría se vuelve literal a través de un rompecabezas. En “Playa Quemada” (que cierra el libro), la lava de un volcán reptando hasta la arena atestada de gente presiona el obturador fatal; y uno de los cuentos se llama, precisamente: “Las Fotos”. Allí no solo descubrimos el valor que las imágenes del pasado ajeno pueden despertar en un ladrón, sino la precisión de la pluma de Nielsen:

“No me gustan los trenes. Los comparo con cárceles alargadas que van hilando, sobre rieles, distintas paradas como paisajes de postales (…). “Las horas pasan lentas, pesadas. Los días se dejan caer espesamente, con la parsimonia y la continuidad inquebrantable de un chorro de miel”.

En el primer cuento, “Alucinantes Caracoles”, una prima un tanto ninfómana y promiscua está a punto de tirar abajo los andamios meticulosos construidos por dos hermanos obsesionados con una colección de caracoles marinos. En “Adentro y afuera”, un cadete de funeraria descubre con espanto la catalepsia, noqueando al “revivido” a botellazos, para escuchar después la justificación del amigo: “Yo te entiendo. ¿Quién soporta que alguien quiera volver?”

Con argumentos claros pero objetivos confusos, los cuentos se tornan sorprendentes y hasta un poco inentendibles. “El riesgo es el idioma de la juventud”, aclara el autor; “ahora me preocupa más que se entienda lo que voy a decir”.

Hay patetismo en los personajes de Playa Quemada, forzados a desenmascararse en la cuerda última, en el último acorde, ese que reverberará aún con el libro cerrado. Gustavo dice que esos cuentos (escritos hace años, cuando tenía entre 15 y 25) tenían pretensiones que ya no tienen sus actuales textos, y asegura que necesita escribir para no volverse loco.

¿La no-ficción es más propicia que la ficción para que surjan ideas sobre qué escribir?

Siempre es bueno contar con una enciclopedia para ilustrarse… Muchas de mis ideas salen del Tesoro de la Juventud, de Tecnirama, de la Enciclopedia Estudiantil y de la enciclopedia Quillet ilustrada. O, directamente, del Ocrán Sanabú.

¿Qué opinión te merece la literatura al estilo Código Da Vinci?

El Código Da Vinci es un producto de mercado, no es literatura. El Código Da Vinci es pura mierda. Y la película también.

En un artículo para Radar decís que la poesía es un género transgresor que basa su experiencia en la traslación de un estado de ánimo. ¿Qué podrías decir de la prosa, del cuento y la novela?

El cuento y la novela, a diferencia de la poesía, siempre deben narrar algo. Al menos así pasa con los cuentos y novelas que prefiero leer.

Muchas veces manifestaste que la literatura, para ser buena, debe volver locos a los lectores. ¿Qué requisitos debe reunir un libro para eso?

Debe ser como una droga potente, divertida, iluminadora, mas sin resaca.

¿Qué es “volverse loco” con un libro?

Ser otro al final de la lectura.

Alguna vez manifestaste que todo lo que sabés (excepto amar) lo aprendiste de los libros. ¿Por qué no se puede aprender a amar leyendo? ¿Amar es algo que nos pasa, algo que no puede aprenderse? ¿O no existe el libro que pueda abarcarlo?

El amor hay que hacerlo, siempre. No hay libro que te pueda contar eso.

¿Qué pasará con los libros de papel en unos años, cuando se instale en el mercado la hoja digital?

El mercado digital no parece ser competencia del mercado del libro de papel. Son conceptos distintos. Tal vez sean cosas que se ayuden entre sí.

¿Abordamos diferente la lectura de texto según el soporte donde se ha publicado, por ejemplo, leemos igual un blog que un libro?


Del blog uno espera menos que de un libro, al menos es mi experiencia. Un blog se lee en un minuto o dos; a un libro le damos más tiempo diario. El blog está buenísimo para curtirse, para probar.

¿Qué pensas de los talleres literarios?

Los talleres literarios son una moda; pasará. Cuando yo era chico, no había. Responden más a las necesidades pecuniarias del que los dicta que a las voluntades reales de ser escritor del que los toma. Aunque no tiene nada de malo querer escribir mejor. Ojalá todo escribiéramos mejor con unas pocas clases.

¿Y de la edición de los textos?

De la edición de textos opino que está bien en manuales y no ficción. En la ficción es una estupidez digna de los agentes o de las grandes editoriales: existirá para el negocio editorial, no para la literatura.

¿Qué es un buen lector?


Alguien que no puede parar de leer.