Un libro que te vuelva loco no puede pasar sin cambiarte aunque sea un poco



Javier Núñez nació en Rosario en 1976. En 2009 publicó el libro de cuentos La risa de los pájaros (Ediciones Ciudad Gótica) Algunos de sus cuentos fueron publicados en las revistas No-retornable y Letralia de Venezuela, entre otras. Es colaborador del diario Rosario / 12 y hace un mes publicó con la editorial de este blog un cuento que ya superó los 500 lectores.

¿Cómo escribís? ¿Pensas en una “obra” a la hora de escribir, o a eso lo ves después?

“Obra” me remite a algo más grande, abarcador, el conjunto de piezas que alguien va haciendo y que en algún momento toman una forma determinada. En ese sentido no, no me lo planteo en la etapa previa a la escritura. Un libro de cuentos, digamos: no responde a una búsqueda temática o estética anterior a la escritura, ni me planteo un eje que atraviese a todos los relatos, sino al descubrimiento de cierta afinidad o vínculo entre los textos de alguna etapa. Pero en cuanto a las piezas individuales, por lo general tengo una idea previa, a veces más clara y a veces más difusa, de hacia dónde quiero ir cuando emprendo un texto. En ese sentido sí te diría que pienso la obra. No encaro de la misma forma un cuento corto que uno largo ni una novela. Con los textos breves tengo más libertad, puedo partir con un par de definiciones: una frase disparadora, un tono general, una idea vaga. Con los cuentos largos, en cambio, respeto más la estructura clásica y entonces tengo que tener en claro otras cuestiones como el punto de vista, el ritmo, los personajes, el comienzo y el descenlace, y puedo pasarme días masticando estas cuestiones antes de sentarme a escribirlo. Después es fundamental, para mí, encontrar el tono justo, una frase que de algún modo me haga sentir, cómo decirlo, que me deslizo de frase en frase. Cuando consigo un párrafo o un par de párrafos que me dan esa sensación de vértigo puedo seguir adelante. De lo contrario es muy probable que deje la idea para momentos mejores, porque sé que voy a terminar en un pantano, aunque a veces con oficio se salve. Con la novela trabajo de forma parecida, pero la etapa de preparación es mucho más larga y compleja: armo una sinopsis de la trama, perfilo a los personajes, busco material para la ambientación y el tema, vuelvo a armar una sinopsis más detallada donde ya empiezo a definir la estructura narrativa. Aunque me reservo la libertad de desviarme del plan original, me siento más cómodo partiendo de uno. Y después, en todos los casos, corregir, corregir, corregir.

¿Qué pensás de los talleres literarios? ¿Y de la edición de los textos?

Creo que los talleres cumplen un rol importante o, digamos, recomendable, en cierta etapa de formación de un escritor. Aunque está claro que nadie puede “enseñar” a escribir, es una buena forma de acercarse a los recursos y herramientas que hacen falta para hacerlo. No la única, claro. Pero puede servir como estímulo para la creación, para desarrollar el oficio, para aprender de lo mucho que se aprende cuando uno somete sus textos a la mirada ajena, para ampliar los horizontes de lectura. Hice pocos talleres y nunca duré mucho, pero tengo un buen concepto, a lo mejor precisamente por eso. En cuanto a la edición de textos creo que es una herramienta indispensable para cualquier escritor, aunque en este caso, pensando en los talleres, es algo para encarar o con mucho cuidado o cuando el otro ya tiene, digamos, cierta solidez. Para alguien que recién empieza, tan enamorado de su propia prosa, puede ser devastador ver cómo le tachan adjetivos, le reacomodan frases o le suprimen párrafos enteros: lo más probable es que lo sienta un atentado a “su estilo”, como cuenta Abelardo Castillo en Ser escritor. Pero cuando uno lo acepta y aprende a incorporarlo, cuando logra mirar sus propios textos como si fueran de otro, el proceso de edición es totalmente enriquecedor. Particularmente a mí me gusta (o necesito) dejar reposar los textos un tiempo, tomar distancia entre el momento en que lo escribo y lo corrijo. Después casi todo es tachar, a veces alterar el orden de una frase, redactarla otra vez por cuestiones de claridad o longitud. Pero casi todo es tachar. Y también, claro, aprender a pasarte por el culo algunos dogmas y dejar una frase larguísima como está porque el ritmo te lo pide.

¿Abordamos diferente la lectura de texto según el soporte donde se ha publicado, por ejemplo, leemos igual un blog que un libro?

No sé, creo que el abordaje diferente puede partir de las circunstancias que rodean al soporte antes que de alguna especie de prejuicio. Quiero decir que al momento de leer un libro en papel uno puede disponer de algunas comodidades que no tiene cuando lee en una pantalla (un sillón, la cama, el baño) pero, sobre todo, centra toda su atención en eso. El blog a lo mejor te predispone a una lectura más sumaria, a una lectura vertiginosa porque o estamos haciendo otras cosas al mismo tiempo o estamos a punto de hacerlas, hasta que de golpe te encontrás con esos textos que hacen que todo lo que está alrededor se desvanezca. Pero si uno parte de la idea de que todo lo que está en papel, solo por el soporte, tiene más validez que lo que pueda leer en un blog, se estaría perdiendo a un montón de autores interesantes.

Qué se puede decir de los blogs hoy, en pleno imperio de las redes sociales.

Las redes sociales se apropiaron del espacio en torno al cual se dan los debates, las discusiones, un lugar que hace algunos años ocupaban los comentarios del blog. Pero el blog se mantiene como el espacio donde, por ejemplo, se plasman o se transmiten algunas de las ideas que invitan al debate por más que después el intercambio de opiniones se mude a Twitter o Facebook, o el lugar que se elige para responder a través de artículos elaborados. En cierto modo creo que blog y redes se complementan, incluso se retroalimentan. Pero el contenido, por lo general, sigue pasando por el blog, que sigue siendo el lugar donde se produce, se almacena, y se ordena el material mientras que en las redes se difunde o se discute pero tiene menos producción propia, (o la que tiene es más efímera). Supongo que el blog mantiene esa característica de ser una plataforma alternativa y democrática de difusión, donde se puede, por ejemplo, difundir textos o producciones que o bien no encuentran el circuito tradicional de difusión o bien deciden prescindir de éste porque se sienten más cómodos con la inmediatez y la interacción que brinda el blog.

Que opinión te merece la edición de un cuento tuyo en este blog hace pocas semanas y que haya alcanzado los 500 lectores.

Como autor a uno siempre le genera satisfacción que lo lean, encontrar nuevos caminos y métodos de difusión. Pero me entusiasma todavía más ver que una buena idea —la de editar libros digitales en tu blog— se va abriendo camino sola, sin otro apoyo que la promoción desde el blog y en las redes sociales, y encuentra en tan poco tiempo una generosa cantidad de lectores. Es cierto: las cifras son cifras y uno es incapaz de medir la reacción de esos lectores, saber si les gustó o no el texto, pero de cualquier modo es auspicioso ver que un cuento largo como ese, con las sesenta y pico de páginas que le deja la edición digital, tiene recepción, que en internet también hay espacio o lectores para textos de más de 300 palabras.


¿Cómo ves a la “joven” literatura argentina? ¿Y a la rosarina? ¿Existen?

En la literatura argentina existen un montón de escritores jóvenes que fueron surgiendo y que probablemente comparten cierto distanciamiento de los conflictos con los padres literarios que tuvieron otras generaciones. Y puede ser que compartan cierta entonación, como creo que escribió Drucaroff, que tengan en común eso de no tomarse tan en serio, de mirar las cosas de reojo con una media sonrisa. Lo que no sé si existen, realmente, son otros elementos que justifiquen esa agrupación para hablar de un grupo tan heterogéneo, con intereses, estilos y estéticas muy diversas, más allá de algunas etiquetas con intenciones mercantilistas. Supongo que el análisis en conjunto le corresponderá a los críticos dentro de algún tiempo, cuando se pueda analizar esta generación de escritores desde cierta distancia. Lo que me parece notable es la variedad y la potencia de nuevas voces en nuestra literatura, que siguen apareciendo todo el tiempo. En cuanto a la joven literatura rosarina en particular, parto de la aclaración de que no me gusta definir localismos en las literaturas. No creo en una literatura centrada en una ciudad, o más bien, no sé qué es lo que la definiría como tal. A la literatura rosarina, ¿quiénes la conforman? ¿Los que nacieron en la ciudad, y dejamos afuera a Gandolfo, a Gorodischer? ¿Los que escriben desde la ciudad, y obviamos a Pron, a Patricia Suárez, a Juan Martini? ¿Los que escriben sobre la ciudad? Pero dejando eso de lado y mirando la producción joven en el panorama de la ciudad, creo que hay un fenómeno similar al que se da a nivel nacional —con un importante número de voces muy variadas e interesantes— pero mucho menos visible desde afuera. Rosario tiene un mercado editorial donde para un autor es muy difícil publicar si no es a través de los concursos estatales o pagándose la edición. Hay una notable escasez de proyectos editoriales interesantes. Ahora están apareciendo algunas editoriales nuevas como El Ombú Bonsai, que está armando una colección de libros muy linda con gente como Beatriz Vignoli, Marcelo Britos, Andrea Ocampo, Fabricio Simeoni, Federico Ferroggiaro, y en donde hay una apuesta real de la editorial por el libro y los autores. Homo Sapiens empezó este año una colección de narrativa que también es interesante aunque por ahí lo que tratan de mostrar es el trabajo de una generación intermedia, de entre 40 y 50 años, aunque también aparecen algunos más jóvenes. En este caso trabajan con sponsors que banquen parte de la edición. Por ahí la literatura joven de Rosario tiene una presencia mucho más marcada en las ediciones de autor que circulan de mano en mano, en ferias y en un puñado de librerías; y también en revistas literarias como En Voz Alta o eSe, donde aparece gente como Nicolás Doffo, Tomás Boasso, Amanda Poliéster o Lorena Aguado y en los ciclos de lectura en bares que por suerte son unos cuantos.

¿Cuales son tus gustos en cuanto a literatura rosarina?

De los de siempre, no puedo dejar de nombrar al negro Fontanarrosa, a Gorodischer, a Elvio Gandolfo, que es un cuentista de puta madre. Viniendo más acá, o enfocándome en la gente de la que hablábamos antes, todavía me falta leer a muchos contemporáneos, o leerlos más para terminar de consolidar algunas impresiones favorables, pero los últimos libros de autores rosarinos que leí me gustaron mucho: El Molino, una novela de Nicolás Doffo, Como alguien que está perdido, el libro de cuentos de Marcelo Britos y los poemas de El hit del verano, de Tomás Boasso y Ramiro García.

¿Qué es un buen escritor, y uno malo?

Qué sé yo. A lo mejor un buen escritor es el que conmueve, interpela, seduce, se compromete con lo que escribe (en el sentido de esforzarse al máximo para lograr el texto que pretendía), no subestima al lector ni se para en un pedestal y consigue una historia que te agarra del cogote y no te suelta.Y uno malo el que cree que logra todo eso y que los que fallan son los lectores.

¿Qué requisitos debe reunir un libro para "volverte loco"?

Los que dije antes, supongo. Un estilo que atrape, una historia que deje huellas, profundidad de pensamiento acompañada de claridad expresiva y autenticidad, sobre todo autenticidad. Pero no sé, a lo mejor te topás con un libro que no cumple todos los requisitos y sin embargo te sacude, te cambia. Un libro que te vuelva loco no puede pasar sin cambiarte aunque sea un poco, sin dejarte cicatrices. A lo mejor la respuesta es esa: tiene que dejarte cicatrices.