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Escribe, escribe, que algo quedará.

Estoy notando en muchos lectores, periodistas, redactores de blogs (y en algunos escritores también) una especie de apatía hacía la poesía. No la entienden. No les mueve un pelo. Les parece una truchada, o su lectura les exige un esfuerzo que, dicen, nunca da frutos. Acusan al género de críptico, difícil, aburrido, pomposo, y por último, elitista. Sin embargo, es lo que más se publica, aunque lo que menos vende.

Con el boom de las bitácoras personales, todos aquellos nutridos cuadernos adolescentes que antes se degradaban en cajones de muebles o márgenes de apuntes universitarios, ahora se publican. Cualquiera puede colgar sus cosas en la web y ser leído por amigos, que (en la mayoría de los casos) nunca leyeron poesía. Cualquiera que abra un blog tendrá visitas, lectores y comentarios. En resumen: un público. Cualquiera puede convertirse en escritor de la noche a la mañana, y creérselo. Muchas jubiladas se dedican al género así como otras empiezan croché o a pintar cabezas de caballos y tapices. Las docentes siempre han sentido inclinación por llenar páginas con edulcoradas elucubraciones y las adolescentes sucumben a su período coloreando carpetas de secundario con versos propios en distintos colores de biromes.

Cuando una persona (generalmente en la adolescencia) decide dedicarse a escribir, elige hacer sus primeras armas literarias en la poesía. Creen ver en el hecho de escribir versos una facilidad: no hay que escribir mucho (una poesía puede tener un solo verso); no hay que ser necesariamente coherente; no hay que contar necesariamente una historia, no hay que plantear ninguna teoría u opinión e, inclusive, un golpe de azar puede convertir a nuestro mejunje de palabras y sensaciones en un muy buen poema. Y después, el factor determinante en los últimos tiempos: la web. “Lo cargo y a alguien le va a gustar”.

Hay, también, una valoración social (¿fetiche?) en el hecho de que alguien sea poeta. Me sorprendió, en un recital de Spinetta, escuchar a parte del público gritarle ¡poeta! al músico. Poeta así sin adjetivos, pero con un tono elogioso. Poeta, sin que haga falta más. Es como si camináramos por nuestro barrio y al pasar frente a la carpintería escucháramos a un tipo que pasa por la calle en bici gritarle “Carpintero” en tono elogioso al señor que corta las maderas.

Gracias a esta inmadurez inaugural de los aspirantes a escritores, muchas editoriales subsisten. Aparentan organizar concursos literarios para elegir a los iluminados que integraran una antología importante. Después, todos los que se presentaron son seleccionados y ponen la guita para la edición (cooperativa, así le llaman) y todos contentos con sus letritas de molde y las promesas por parte de la editorial de una distribución y prensa que en el fondo no existe. Yo también pagué para aparecer (pero con cuentos) en un libro del 97 junto a Oliverio Coelho.

Ante este fenómeno, llegando al extremo de resultar molesto, algunos intelectuales han llamado la atención sobre las toneladas de basura poética que circula. Y esta idea salpica injustamente a toda la poesía, tiñendo de sospechas al mismísimo género. Cuando le pregunté a Carlos Barbarito si era verdad que la poesía estaba subvalorada con respecto a otros géneros me contestó que un poeta actúa a través de las grietas, de los intersticios, no porque lo quiera, porque está obligado a hacerlo. Generalmente, y al decir generalmente me expreso con suavidad, fracasa. Fracasamos. La única estética posible es la del fracaso, dice Cocteau. En los setenta se acostumbraba a decir que el arte debía bajar al pueblo. Yo me imaginaba al arte como una especie de satélite en órbita alrededor de la tierra que debía ser atraído mediante artes magnéticas. Una nave construida por alienígenas o por ciertos elegidos que miran al mundo desde arriba a través de las ventanillas. Hago poesía. Desde hace más de treinta y cinco años. No provengo de Marte y mi padre es telegrafista jubilado, mi madre ama de casa.

A Marcelo di Marco, con respecto a lo elitista de la poesía, le parece que no es que la poesía haya alcanzado tales alturas. Lo que pasa es que la humanidad ha descendido a profundidades bestiales, que es distinto.

Juan Gelman confesó que al publicar su primer libro se lo llevó a su madre, ella lo miró con una anchísima sonrisa y le dijo: ‘De esto no vas a vivir, Juan’. Pero estaba muy orgullosa. Gelman ha recibido hace poco el Premio Cervantes, y cuando le toca el turno de definir a la poesía prefiere abstenerse de catalogarla como oficio: “No me parece un oficio —dice—, yo sé que se le dice así. No lo es porque ahí el tema de la voluntad para producirla no puede existir. Nadie se puede sentar a escribir poesía. Y luego uno escribe cuando ella te visita. Cuando viene la señora, golpea la puerta después de haberse acostado con medio mundo, hay que abrirle la puerta y entonces, ahí, uno escribe. O es escrito, porque es la mejor situación”.

En términos comerciales, la poesía no vende. Lo que alimenta a las editoriales es la novela, pero sin poesía no habría existido novela. Bien lo supo Bolaño y se nota en su obra. La literatura esta hecha de palabras, y en la poesía es donde la palabra juega de capitán. Anaximandro, nacido hacia el final del siglo VII a. C. compuso el tratado Sobre la naturaleza, el primer tratado filosófico de Occidente y el primer escrito en prosa de los griegos. Se había vuelto necesariamente una nueva forma de composición literaria ya que el logos debía quedar libre de las cadenas de la métrica y del verso, para responder con plenitud a sus propias exigencias.

Hay en la poesía, me parece, un protagonismo de la forma sobre el contenido, se resalta el valor del artificio, del poeta como orfebre, de la respiración de lectura, de abstracción. Considero a la poesía (la buena) una cosa íntima que barre mis venas, que ensueña, que me agarra la mano para mostrarme cosas maravillosas, fantasmales, universales, o mínimas pero sin importar nada más que ese acto personal entre esa columnita irregular y yo.

Hay que revolver toneladas de basura para encontrar algo, es verdad, pero vale la pena. Digo esto a punto de publicar un libro que reúne las poesías que escribí durante diez años (93/03) para contribuir quizá a la confusión general. Pero también adhiero a lo que escribió Hölderlin en una carta a su madre de enero de 1799: “la poesía es la más inocente de todas las ocupaciones".

Para Hölderlin, la poesía crea su obra en el dominio y con la "materia" del lenguaje. El fundamento de la existencia humana es el diálogo como el propio acontecer del lenguaje. Pero el lenguaje primitivo es la poesía como instauración del ser. Sin embargo, el lenguaje es "el más peligroso de los bienes". Entonces la poesía es la obra más peligrosa y a la vez "la más inocente de las ocupaciones". En efecto, cuando podamos concebir ambas determinaciones en un solo pensamiento, concebiremos la plena esencia de la poesía.

Salió "Grageas"


Carlos Barbarito

Marcelo Luján

Abelardo Castillo

Verónica Sukaczer

Marcelo Di Marco

Elvio E. Gandolfo

Pablo Giordano

Sylvia Iparraguirre

Leo Masliah

Saurio

Ana María Shua

Patricia Suárez

Luisa Valenzuela

Sergio Gaut vel Hartman



entre otros...



Me puse en esa lista para parecer más picante, pero la verdad es que tendría que figurar último en una lista de 100 talentosos autores que componen esta antología de microficción compilada por Sergio Gaut Hartman. La lista casi completa de autores (y los links correspondientes) se encuentra a la derecha de este blog. La presentación es el miércoles 19 de diciembre a las 19 horas en la sala Jacobo Lax, en el 3er. piso del Edificio de la Cooperación, Corrientes 1543, CA BsAs.

Entrevista a Marcelo di Marco


Marcelo di Marco se dedica a la coordinación de talleres literarios desde 1979, ha publicado varios libros sobre técnica literaria, y otros cuantos de ficción entre los que se destaca El fantasma del Reich (Sudamericana, 1995). Fue secretario de redacción en La Cosa y consultor de Educación Artística (Literatura) del Ministerio de Cultura y Educación. Hace un tiempo lo entrevisté para Juguete Rabioso sobre la aparición de dos nuevos libros sobre el arte de escribir y el de corregir. De allí extraigo algunas preguntas y respuestas.



—¿Qué hace aquel escritor que no tiene dinero para publicar?

—Hace unos pocos años te hubiese contestado: se j… Hoy, puede abrir una bonita página en Internet. Paso un aviso a escritores noveles, sin un mango y necesitados de publicar: el sitio www.elaleph.com tiene planes maravillosos para editar a autores jóvenes sin que deben poner un peso. ¿Oyeron hablar del e-book? Pues bien, a eso se está dedicando ahora el webmaster de dicho sitio. Se llama Diego Ruiz. Visitad elaleph.com y escribidle al quía.

—¿Cuáles son los síntomas que nos develan a un mal escritor?

—El mal escritor escribe más de la cuenta. Explica, explica, explica. “Cuenta” en lugar de mostrar. No sabe ocultar. No sabe hacerse entender. No sabe describir. No te mueve un pelo. Sus diálogos son gastados y latosos. Sus imágenes se empastan. Piensa –es un decir- bajo los dictados del Pensamiento Único. Pontifica, baja línea, explica, explica, explica, explica…

—¿Y a uno bueno?

—Para ser buen escritor es necesario –antes, durante, después- ser buen lector. En la buena literatura se nota el gusto por hacer las cosas al revés de lo listado en la pregunta anterior.

—¿Cómo ves a la joven literatura?

—Con muy buena salud, a juzgar por la calidad literaria de los jóvenes que se atreven a poner un pie en mis talleres.

—¿Crees que la poesía ha alcanzado niveles demasiado “altos” para los lectores?

—Esta pregunta no es tan ingenua como parece. Me hace acordar a lo de “¡Suban el techo ¡Bajen el piso!” Mesplico: no es que la poesía haya alcanzado tales alturas. Lo que pasa es que la humanidad ha descendido a profundidades bestiales, que es distinto (y eso que odiaba generalizar, ¿no?).

—¿Por qué Argentina es el país del cuento a diferencia de otros donde predomina la novela?

—No tengo la menor idea. Pero es verdad: desde que nacimos estamos rodeados de cuenteros.

—¿Cuándo uno puede estar seguro de que terminó un cuento, o una poesía?

—Jamás.

—¿Cuáles son los pasos que debe dar el escritor una vez que terminó el libro, para poder publicarlo?

—Releer la respuesta a la pregunta 3. Y mandar el libro a concursos literarios cuya premiación incluya publicación. A mí la gente de la Fundación Antorchas me cambió la vida, y nunca dejo de agradecérselo cada vez que puedo: allá por el 1994 gané el concurso de Cuento, y ahí tenemos a El fantasma del Reich jugando en las grandes ligas (el libro lo publicó Sudamericana en 1995, ese era el premio).