Pablo Seguí (*)

¿Cómo escribís? ¿Pensas en una “obra” a la hora de escribir, o a eso lo ves después?

No sé si hacés referencia a la obra individual -el poema o la prosa sobre la que esté trabajando-, o al conjunto de lo ya hecho y lo por hacer. La palabra “obra” me remite más a lo segundo, pero creo que preguntás por lo otro.
Si ése es el caso, te digo que simplemente me siento y escribo. Busco un comienzo, una primera frase que me satisfaga. Si no me gusta, fácil que lo que siga haciendo me decepcione; así que la descarto. Pero si me gusta, continúo escribiendo, como siguiendo un impulso, y aceptando más fácilmente el resultado. Luego viene, claro, el trabajar el texto, corregirlo, pulirlo. Digamos que parto de un trazo primero que se cierra como naturalmente.

¿Es verdad que la poesía está subvalorada con respecto a otros géneros?

Bueno, eso es pensar en la totalidad de los lectores como un dato o un organismo, algo así. En mi propio caso, como lector, privilegio los libros de poesía sobre los de narrativa -mi biblioteca bien da cuenta de eso-. Cada quien alimenta sus gustos (“cada quien hace de su culo un florero”, si me permitís).
Puede que si limitamos esa subvaloración al mercado (los editores, las librerías, los medios), la cosa sea así. Obviamente la narrativa -sobre todo la novela- vende más. Pero si nos fijamos en la producción independiente, como que artesanal -Libros Son acá en Córdoba es un ejemplo-, vas a ver una apuesta decidida por lo lírico.
Son dos cosas, entonces. No tengo idea de qué pasa en algunos ámbitos, como la escuela. Me cuentan que en Letras la poesía está también muy descuidada; cosa de ellos.

¿La poesía se ha elevado demasiado en su forma o son los lectores los que han descendido?

Bueno, acá hay que decir que el panorama de la poesía es múltiple. Como en el caso de las enfermedades, cada poeta es un caso, y los tenés muy muy variados. Se escribe simple y se escribe complejo, se escribe con 500 palabras y con 25.000, se escribe para muchos y se escribe para pocos (en esto último, me refiero a la variable intención de comunicar que tenga el poeta de turno). No porque uno se vaya adentrando cada vez más en lo que es el mundo de lo poético va a ponerse a escribir de un modo más complejo o hermético.
Si vos te referís a algo que algunos puedan llegar a llamar “la gran poesía”, o “la poesía importante”, no es el caso, tampoco. Tenés de todo.
Lo que quizá escasee es el hábito de leer poesía. Entonces cualquier poema, fácil o difícil, desconcierta, el eventual lector no sabe qué hacer con eso. Imaginemos, por ejemplo, a alguien que no haya visto nunca la tele, y que llega a los 20 ó 25 años (por decir algo), y lo paran frente a un televisor, y se lo encienden. Pongamos que el tipo tenía el hábito de la meditación, o que simplemente hacía tareas de jardinería. Y le ponés Tinelli.
A eso hago referencia: no es habitual leer poesía. Para mucha mucha gente directamente no es habitual leer. Una vuelta estaba con un amigo, pongamos clase baja baja, y me ve un libro y me dice: “¿qué es eso?”. “Una novela”, le digo. “Ah, no, yo a las novelas prefiero verlas en la tele”. Pasa.

¿Qué pensás de los talleres literarios? ¿Y de la edición de los textos?

Bueno, yo personalmente empecé a escribir yendo a un taller. Lo mismo, les tengo mucha desconfianza. ¿Por qué? Por un lado, yo había leído, aun sin escribir, toda mi vida; en casa había libros, y muchos. Por el otro, durante nueve años toqué violín, hice música clásica. Hará tres o cuatro años intenté dirigir un taller con un amigo. Te cuento que me generó rechazo: la gente iba al taller lo mismo que podría haber ido a ikebana o a tango. Algo para pasar el rato. Muy pocos leían, muy pocos tenían noción de las cosas más básicas. No estoy hablando de ortografía, pero ya eso era significativo. Pienso, entonces, que lo que puede ser de utilidad, y ni siquiera obligatoriamete, son los talleres para los ya escritores, las clínicas, cosas así. Lo que más enseña es escribir, escribir, y escribir, con el complemento imprescindible y previo de leer. Digamos: hay que leer muchísimo más de lo que uno escribe; escritores que no pasan de un par de libros leídos, los desprecio, te lo confieso.
Con respecto a la edición, también me voy a apoyar en mi experiencia personal. El único que sabe cuándo la cosa está lista es uno mismo. No tuve la experiencia de tener un mentor, un maestro, alguien en quien confiara tanto como para que me diera el visto bueno, el permiso para editar. Se le tiene mucho miedo a las editoriales, digo, en el caso del primer libro, pero la cosa es tomar la decisión. Uno puede optar por los concursos, sí, pero tarde o temprano hay que afrontar el asunto de hacer libro. Y ahí tallará el en qué mundo de lectores queremos entrar, dónde queremos figurar, a qué nos imaginamos parecido.

¿Abordamos diferente la lectura de texto según el soporte donde se ha publicado, por ejemplo, leemos igual un blog que un libro?

En mi caso personal, no. En internet soy lector de ciertos blogs, los que agregué a mi Google Reader. No sigo buscando porque muchas veces no doy abasto con los que tengo, y los que tengo me gustan.
La lectura en sí es superficial. Todo resbala, en la pantalla. Los poemas pierden muchísima fuerza. Además, por la dinámica misma de internet, no releemos un blog, no, al menos, en mi caso. Es como para enterarse de en qué anda el otro, en cómo le está yendo en su escritura.
En el caso del libro, del papel, mi experiencia es totalmente distinta. Releo mucho, algunas pocas veces anoto algo al margen o subrayo un par de líneas. Los tengo a la mano, ahí, en las bibliotecas, y me gusta mirarlos, recordar muchas veces por casualidad, sólo porque mi vista se posó en uno de ellos, que puedo sacarlo, revisarlo, etc.

Qué se puede decir de los blogs hoy, en pleno imperio de las redes sociales.

Una vez más, mi propia experiencia. Le doy mucha más bola a los blogs (y a cosas como Wikipedia o por ahí Taringa) que a mi Facebook. Facebook tiende a ser una especie de ámbito para la figuración, para los prestigios, para las poses. Y si bien a veces me dejo ganar por ese movimiento, por esa como ola, paso mucho más tiempo con las otras cosas que te cuento. Dependerá, supongo, de qué prefiere uno, de con qué se siente más cómodo o realizado uno.

¿Cómo ves a la “joven” literatura argentina? ¿Y a la cordobesa? ¿Existen?

Bueno, eso es el problema Buenos Aires, la cabeza de Goliat, que también en literatura ejerce. Hay mucha gente escribiendo. Acá en Córdoba también, y en general en todas las grandes ciudades de Argentina. Lo que pasa es que Buenos Aires es infernal, sigue “mandando”.
Es algo inevitable. “Nosotros los cordobeses” seguimos leyendo los suplementos de Buenos Aires, y seguimos comprando libros porteños, y etc., etc., etc. No podría ser de otro modo. Así, los que emergen son más bien los de allá, los del Puerto. Supongo que mal que mal todos los que hacemos poesía habremos al menos sentido nombrar a Fabián Casas. Pero, te soy sincero, he leído cosas cordobesas de la misma época y en el mismo registro que no tenían nada que envidiarle.
El asunto tiene algo de sociológico y algo de estético. Me parece que a la hora de evaluar lo que se hace en los últimos años hay que saber distinguir bien las cosas. Aunque al entrar a una librería sea más fácil encontrar autores jóvenes editados allá, la cosa pasará siempre por leer, por degustar, por apreciar y evaluar. Ni tenemos que tenerles bronca porque figuren más fácil, ni rendirles admiración porque sean lo último de lo que anuncia la Ñ o el Diario de poesía.

¿Cuales son tus gustos en cuanto a literatura cordobesa?

Te puedo decir autores. En vez de “literatura cordobesa”, más vale decir “literatura argentina”. No hay nada que a la primera la distinga, más allá de ciertos complejos (lo que decía en lo anterior referido a lo sociológico).
Alejandro Nicotra. Alejandro Schmidt. Ésos dos, muy diferentes entre sí, son muy cordobeses, y cada uno de ellos me gusta, por razones, eso, diferentes. El viejo Lugones fue un capo, más allá de lo extraliterario. Mattoni y Schilling tienen lo suyo, aunque fueron más bien propalados por su figuración en los medios. Pablo Anadón, que he empezado a leer hace muy poco, tiene una escritura muy suave, muy agradable, y lo que viene haciendo con Fénix está bueno. Y varios más. Después hay muchísimos otros poetas (digo: que escriben poesía, el juicio final está en cada lector) que, por eso mismo que digo que, pongamos, mercantil y sociológicamente no hay lectores de literatura cordobesa, no pueden entonces hacer mucho que digamos. Por ejemplo, Gerardo Pérez Taschetta, que es muy amigo mío, hasta ahora ha editado en editoriales chiquitas y, así, no llega a ser leído. Por ejemplo, Cecilia Olguín escribe con mucha garra y hace lecturas públicas poniendo en juego el cuerpo, pero pasa lo mismo: no leemos literatura cordobesa tal como sí lo hacemos con la porteña, y entonces no hay consistencia, no hay entidad de cómo puede llegarnos la primera. Por ejemplo, Iván Ferreyra tiene que hacer un esfuerzo público tremendo para hacerse visible, y, la verdad, me da la impresión de que termina siendo apoyado sólo por los cercanos, por su entorno. Los autores cordobeses no tenemos público, en suma.

¿Qué opinión te merecen las antologías de Carbonell y Lardone a propósito de esta generación de escritores?

No las he leído. Creo que son de narrativa, ¿no? Un poco las dos últimas respuestas dicen lo que tengo que decir de estas ediciones.

¿Qué es un buen escritor, y uno malo?

No sé. Quizá lo sea el compromiso: si escribe en tensión o si se relaja y deja pasar cosas flojas.
Supongo que se puede ser bueno en diferentes cosas. Estos días ando releyendo Los siete locos. Está mal escrito. Disgusta, a veces los abandono por choto. Pero es el mundo que imaginó Arlt lo que mueve a seguir leyéndolo: ese padecer constante, ese estar atormentado y delirar a lo grande, ese cuestionar constante a la pequeña burguesía, que es de donde la inmensa mayoría de los que leen provenimos.
Ese compromiso del que hablo es del autor consigo mismo. Casi una cuestión ética, personal. Bueno, puede haber escritura gozosa, que la pasa bien al ser escrita; en mi caso, y sólo de eso puedo dar cuenta, siempre hay un como esfuerzo, un como escucharse a uno mismo constante, un preguntarse: “pero esto que digo, ¿amerita; vuela; odia; gruñe, etc.?”. Toda otra clase de compromiso viene después, y es aledaña a esto que digo, optativa.

¿Qué es un buen lector?

No sé si soy un buen lector. Borges dijo de sí que le gustaría ser considerado buen lector antes que buen escritor, algo así. En mi caso, la lectura es esencial. Día que no leo, día perdido, o desorientador. No tiene que ver con la inteligencia, con si es más o menos hábil para leer lo que, por ejemplo, el autor pone entre líneas, o para hacer relaciones, dentro del mismo libro, o de un libro a otro/s. O con la vida, lo no-libro. Tiene que ver con la pasión, con saber sumergirse, o añorar sumergirse, en un buen libro. Tiene que ver con saber que un libro cuenta dentro suyo, de alguna manera, con todos los otros libros, y que cada frase o repite o se opone una frase anterior. Tiene que ver especialmente con la memoria, entonces, como señaló Harold Bloom.

¿Qué requisitos debe reunir un libro para "volverte loco"?

Uno solo: el que no pueda dejar de leerlo.


(*) Nació en Córdoba en 1973. Escribe principalmente poesía. Publicó dos libros: "Los nombres de la amada" (Alción, 1999) y "Claves y armaduras" (Foja/Cero, 2005). Plaquetas: "Suite del silencio", "Cuatro monedas", "Ramillete". Publicó en las revistas "El banquete", "La mosca muerta" y "Hablar de poesía". En internet, publica en "La lección de piano" (poemas) y "Anotaciones-Tamarit" (prosas) entre otros blogs. Próximamente la colección "Fénix" (Del Copista) editará su tercer libro, "Naturaleza muerta".Sus blogs: http://lalecciondepiano.blogspot.com/ y http://anotaciones-tamarit.blogspot.com/