Quince Poetas de Córdoba

   Tinta de Negros, una edictorial cordobesa nueva (que ya se instaló con dos antologías de poetas cordobeses, una de mujeres y otra de hombres )parece mantener un criterio muy atinado a la hora de antologar. En este caso, en Quince (la de mujeres) se encuentran los nombres más representativo de la poesía jóven en Córdoba.
   En el librito (buena edición para ser una de las humildes) se encuentran trabajos buenos y hasta muy buenos de Laura Fobbio; Elisa Gagliano; Laura Pratto; Mariela Laudecina y Leticia Ressia, entre otras. Aunque el libro en sí, está eclipsado por una poeta enorme, cuya obra no conocía y  se presenta primero. Hablo de Elena Anníbali. Después de leerla, es muy dificil continuar con el libro, y todo lo que viene después, será juzgado desde la altura de esta poeta que alcanza niveles sorprendentes, a mi gusto. Esto no sé si representa un error o un acto de injusticia para los demás antologados, pero es lo que me ocurrió a mí como experiencia de lectura.
  Anníbali nació en Oncativo en 1978. La editorial Cartografías editó en el 2007, Las madres remotas; Caballo negro, tabaco mariposa en el 2009 y en 2010, colaboró con la antología de narradoras cordobesas, Dora narra, co-edición de los sellos cordobeses Recovecos y Caballo negro. La Editorial Universitaria de Villa María, publicó el relato El tigre, en el marco de un Plan nacional de lectura. Andrés Nieva incluyó algunos poemas en Cucrito- Antología de poesía argentina, que publicaron en México, este año, también, por el sello Ratona Cartonera.
   No sé si esto será del agrado de de Elena o los editores, pero no puedo dejar de hacer público éstos poemas.


1-

Es la siesta. Tengo, sobre mi corazón,
el libro de Ishiguro Never let mi go.
En la penumbra de la pieza, flota la mariposa gris de la noche
roe la ropa y hace el mismo ruido que los muertos hacen
cuando escarban los muros.
La veo golpearse contra el vidrio; su cuerpo es un solo ojo
hacia donde ella cree está la salvación. Y entonces digo
Señor, no me des la esperanza, la fé.
Señor, no permitas que me queme en la luz aparente
de las farolas a gas. He aprendido a caminar en la sombra,
a encontrar mi ropa allí, el vaso de agua. He aprendido
a no tropezar con los muebles.
No me hagas pensar ahora, Señor, en el fuego.







3-

Bajo el naranjo, la muerte con sua crías
tomó sitio


desde allí, nos ponía, sus ojos como púas
miraba nuestros temblores

luego tomaba una fruta, la rajaba
con una uña larga y mugrienta,
se la bebía, daba
como cualquier especie,
de comer a sus pequeños

cuando se fue, en su nido quedaron
las cáscaras
los huesos
y un agua negra que subía
despacito
a nuestro corazón