Querido Leo: te escribo para recomendarte Los ojos de Sharon Tate, editado hace cinco años por el sello cordobés Llanto de mudo. El autor es el mismo que escribió ese libro sobre nuestro Mazzocchi, Iván Wielikioselek (un apellido que siempre hay que googlear para escribir bien, y no creas que hay muchos resultados) del que había leído un libro de poemas llamado Cotidianos funerales en La Tierra donde ya amasaba varias obsesiones que aparecen como fundantes en este libro: la relación con el padre abandónico, la madre promiscua, la oscuridad, las ideas matricidas y la pobreza.
"Recuerdo que esa noche, extrañamente y por primera vez, realicé el dibujo de un boxeador. En una doble página de El Gráfico, decía en letras rojas: "Big John Tate, la máquina de pelear", y ese título me parecía estremecedor, porque pocos días antes yo había estado enfermo, me había quedado en casa, y había visto con mi madre la película sobre el Clan Manson. Mi madre me había explicado que Charles Manson mató a la esposa de Roman Polanski, (la chica de "La Danza de los Vampiros", me decía ella para ubicarme) que estaba embarazada y casi a punto de parir, clavándole diesciséis puñaladas. Después, con la sangre de la mujer, el clan había escrito en la pared "puercos". La mujer de Polanski se llamaba Sharon Tate. O sea que tenía el mismo apellido que la máquina de pelear. A mí, esta casualidad me producía un pánico absoluto. (...)
—Mirá Ivancito, acá sale lo del Clan Manson, fijate.
—¿Cuál es? —le pregunto yo, muy ansioso por ver la cara del criminal.
—Este de bigotes.
—¿Este? —digo yo.
—Sí, mirá, se parece a ese infeliz de tu padre...
Y es cierto. El rostro ajado y de bigotes con los ojos clavados en alguna obsesión interior, bien podría ser el rostro de mi padre cuando se ausenta de la gente.
—¿Y esta? -pregunto yo, porque acabo de ver "a Dios".
—Esta es Sharon Tate, la chica que mató a puñaladas. (...)
Siento que esa imágen, que esos ojos de mujer que se han clavado en mí como una redentora aparición, me van a hacer dormir en paz hasta el día siguiente. Y ya no pienso en la prueba de aritmética ni en mi padre con su gorra azul ni en mi nona ni en mi madre ni en las divisiones de dos cifras. Entonces sin conocer aún la canción de Lennon, siento algo muy parecido a su estribillo, "Bless you, wherever you are" (Bendita seas a donde quiera que estés); y le digo hasta mañana a la vida misma."
Compuesta por diescieis relatos, esta especie de novela se ensambla a la soledad como una anestesia que hidrata todo. La historia transcurre entre Ballesteros y Villa María (algún escenarios en Córdoba), y trata de un niño que crece con su madre depresiva y su padre que se fue para siempre y ahora encuentra en el espejo veinticinco años después. Los personajes están muy bien construidos y cuesta no identificarse a cada momento con el polvo de pueblo, las despensas, las siestas, los bares infectos de chismes, la infancia surrealista, los cielos tristes, la soledad y la búsqueda del padre en cada flashback; y la duda artística, existencial, colmada de neurosis, de una vida adulta que Iván mastica como puede mientras escribe para una revista provinciana mientras una voz en su mente le repite que mate a su madre.
Wielikioselek es un autor irregular, caótico. En general no encontré en sus libros una trama, sino una dispersión inevitable. Sus libros (otro que leí es Crónicas del Sudeste) tienen altibajos muy marcados. Siempre estoy a punto de abandonar sus libros pero siguo adelante porque recuerdo algún chispazo de genio anterior. Los ojos de Sharon... no es el caso, si bien por la mitad existe una hondonada de la que cuesta emerger, el libro se puede leer con gusto de principio a fin.
¿Cuánto hay del autor en el relato? Creo que mucho. Estos textos son un intento de autobiografía, como casi toda su obra, y digo intento porque (según sus libros que recurren siempre a estos temas) la vida del autor se fragmenta y los pedazos se alejan entre sí con los años, las ciudades, los pueblos, los rostros queridos. El tipo nació en Ballesteros, pero vivió en Villa María, Córdoba, Buenos Aires, Viedma, Estados Unidos, Brasil, Francia y España; y publicó algo así como diez libros, pero a los ejemplares que llegaban a sus manos, los quemaba. Aborrece sus obras viejas, como esta, donde trata de reunir esos pedazos de su vida con una prosa poética de a momentos genial y trascendente, que en otros deja lugar a los vicios de la narrativa o la dilatación.
De todas maneras, Leo, tenés que leer esto, es algo que uno tiene que conocer de las nuevas generaciones que escriben. Fijate en este pasaje:
Abrazo.
De todas maneras, Leo, tenés que leer esto, es algo que uno tiene que conocer de las nuevas generaciones que escriben. Fijate en este pasaje:
Me veo otra vez recostado ahí, mirando el techo derruido de la pieza mientras ella enciende un cigarrillo y se tiende desnuda a mi lado con las uñas rojas que nunca se sacó.
—¿Querés uno? —me dice.
—No gracias, no fumo.
Aún me veo minutos antes entregándole el dinero de su tarifa y ella que me hace pasar.
—Esperame que ya vengo; primero tengo que hacer la caja.
Y luego ella que vuelve y me ve parado sin hacer nada y se asombra.
—¿Pero todavía no te sacaste la ropa, Bebé?
Y luego yo que me desvisto de espaladas y luego ella que me agarra el pitito y me lo empieza a lavar sobre un jabón "Odex" celeste en pan y con relieves, como si hiciera rodar un ñoquito virgen encima de un tenedor mientras caen unas gotas jabonosas sobre el agua de la palangana.
Abrazo.
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