Creo en la fragmentación, tío. Proporciona una cierta perspectiva que no poseen las narraciones lineales. Sé que es manido, pero es como cuando se fractura un espejo y tú tratas de recomponerlo. Luego te miras en él y, sí, te devuelve una imagen rota, distorsionada, pero al mismo tiempo aporta muchos puntos de vista, muchas caras, muchas raciones y pequeños trozos. Y es tu cabeza la que deberá hacer el trabajo. El esfuerzo de recomponerlo todo en tu mete. De juntar los pedazos.
Esta es, en esencia, la técnica con que está narrada esta novela, Vivir y morir en Lavapiés, séptima obra del escritor José Ángel Barrueco (Zamora, 1972). Con el objetivo de describir la vida en el famoso barrio madrileño, el autor se sirve de pequeños fragmentos, de ocho, nuevo, diez líneas a lo sumo, que en principio parecen no guardar relación alguna entre sí, pero que al fin, con el paso de las páginas, van entre todas componiendo un enorme, y lo que es más importante (y literario), un vivido fresco de esa célebre rincón de Madrid. Un cuadro que, gracias a esta técnica dijéramos de patchwork, de trabajo por retales, se nos muestra con mayor realismo y mucha más profundidad vital que lo que pudiera hacer una descripción exhaustiva o un tratado sociológico. (Seguir leyendo)
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