Ni una mísera lamparita de 25w

Carlos Barbarito me mandó este mail:
Amigo Pablo: Cuando los amigos de mi hija se enteraron de quien soy y que hago le dijeron tu papá es un grosso. No Carlos, uno de los célebres jefes de gobierno que eligieron los siempre cultos porteños, sino sinónimo, lo sabés, de importante. En realidad, se trata de lo que soy yo ahora luego de tantos años y tantas obstinaciones. Porque se trata, finalmente, de obstinación. O, lo que más o menos lo mismo, pertinacia, porfía, terquedad, testarudez, tenacidad, obduración, insistencia, intransigencia, según el Diccionario Inter de sinónimos, antónimos e ideas afines, Buenos Aires, Ruiz Díaz, 2001. Ni hablemos de iluminación. Durante años ni una mísera lamparita de 25w, de marca desconocida -de Philips u Osram ni hablemos-. Cuando era chico, Pergamino tenía una central eléctrica cuya producción ni alcanzaba a cubrir las necesidades de la ciudad -entonces habría unas 30.000 personas, o menos-. Recuerdo estar en casa de mis abuelos y ver parpadear la lamparita que pendía del techo de la cocina. O sea, Pablo, la metáfora no es tal, es un dato de aquella realidad: sentado a la mesa de la cocina de mis abuelos, yo copiaba los dibujos de la baraja española y de las revistas que compraba en el quiosco de al lado. A la luz de aquella bujía vacilante. Los cortes de luz eran, obviamente, frecuentes y, entonces, a encender velas. Qué extraño se vuelve el mundo a la luz de una vela. No concibo a Balzac, por ejemplo, iluminado por la luz eléctrica. Luz de vela, luz de un mundo remoto. Ahora, a cada corte de luz, menos frecuente, encendemos la luz de emergencia y, casi nunca, una vela. Una vela es algo de un mundo perdido, que no nos pertenece. Recuerdo a mi madre, joven, llevar una vela hacia el comedor. Recuerdo las sombras proyectadas en las paredes y en el techo. Ahora no hay sombras en las casas. Es más difícil jugar a las sombras chinescas. Aunque sobreviven algunos cultores de aquel pasatiempo mágico. ¿Por qué la insistencia y no el abandono? ¿Por qué abandoné música, pintura y el profesorado de literatura y no la poesía? Tal vez, tal vez porque soy ansioso, modo de la neurosis. Y necesito lograr algo de inmediato. De una vez, algo, que esté allí, más o menos logrado, pero que esté allí. Pero soy perfeccionista. ¿Cómo se concilia aquello y esto? Cuando escribo pongo de mí hasta la última gota, la última fuerza, me concentro al extremo, hasta donde alcanzo, sale un poema -o algún otro escrito- que no necesita -porque no me es posible hacerlo, se trata de un límite- ser mejorado. O sí, pero apenas. Y así, llegué a los 52. En una maravillosa película de Eduardo Coutinho, El fin y el principio, documental filmado en el nordeste de Brasil, alguien dice Trabajé y trabajé y cuando me di cuenta tenía 80. Tomo conciencia de mi edad, miro hacia atrás y recapitulo, hago inventario. Gracias a tu mensaje último esgrimo esta respuesta y digo que, al revés de la obra de John Osborne que tan bellamente filmó Tony Richardson, miro hacia atrás sin enojo. Hice, al menos en literatura, todo lo que pude, todo lo que pensé e imaginé. Desde hace treinta y pico de años trabajo como un hombreador de bolsas de puerto. Claro, no se nota, y hay quien dice haragán. ¿Cómo le explico? Pero, si llevara mis poemas a una editorial, aquí, me rechazarían. Me señalarían la puerta de salida. Adiós. Todo lo que soy ahora se lo debo a la poesía, pero no me sirve para publicar -salvo que acerque mis papeles a un sello independiente que me cobraría y distribuiría mal o no lo haría-. Si no gano un premio no publico. Por lo tanto, miro hacia el extranjero. Y allí edito. Aquí, Pablo, invisible. Treinta y pico de años de trabajo y no soy diferente a quien recién comienza. El estado de las cosas y sin Wenders para filmarlo. No por esto o lo otro dejaré de ser quien soy y de que escribir lo que escribo. Pero es un enorme esfuerzo y, a veces, como te decía, me hubiese gustado ser otra cosa, plantar rosales, atender una ferretería o cuidar un vivero. Por alguna razón, durante años, me soñé en una casa blanca cerca del océano, tal vez en Irlanda. No sé la razón de mi emoción por todo lo irlandés. Inexplicable. Tal vez sea el paisaje, próximo al paisaje en mis poemas. O la música, que descubrí, paradójicamente, en Bilbao. El grupo que sonaba se llamaba Plantxy. Mi hermana conserva el disco. Una vez unos amigos vieron Ángeles e insectos, y a coro me dijeron que se habían acordado de mí. Por los insectos, supongo, cuyo mundo me fascina. En marzo, la amiga Gisella Lifchitz diseñará un sitio web con la prosa poética de mi Insectario. Ya le envié imágenes de insectos a granel para que trabaje. En San Miguel hay un museo de mariposas. Hay miles de ellas pero clavadas con alfileres. En una sala contigua, se crían mariposas. Aquí, en esta última sala, está mi poesía. Luego las mariposas se echan a volar. Cuando era chico las cazaba con ramas. La calle era de tierra. 1960, otros días, hacía calor en verano y frío en invierno. Dejó de haber mariposas hace rato. Como tantos, siento que soy el culpable. Los niños no sienten culpa. Los adolescentes, tampoco. Están a salvo, son eternos. Entonces, Laika giraba y giraba alrededor de la tierra y nos miraba con ojos dulces.
Un abrazo.

1 coment:

Gisella dijo...

hola Carlos!
qué tal todo?
Me encantaría retomar nuestro desatendido Insectario, qué te parece?

Besos,
Gisella