Big Bang



de Emilio Moyano

   Todo comenzó, por decirlo de alguna manera, los primeros minutos del Big Bang, durante la mañana en que Mariela D entró en la fotocopiadora. El local estaba en la ciudad universitaria, detrás de los pabellones más antiguos. En esos tiempos no me hacía demasiadas ilusiones con respecto a las cosas que me importaban, no esperaba ninguna clase de señal; la realidad estaba concentrada allí, entre las paredes de ese local, apretada como un pie adentro de un zapato; y podía vivir así, lánguidamente, sin nada que me perturbase. Es más: ni siquiera noté, después que ella cerró con cuidado la puerta, que traía una pollera blanca, bastante amplia, una musculosa de color violeta y el pelo recogido. Sólo pensé que era sábado y que estábamos por cerrar.
Ella me reconoció de inmediato, pese a que hacía mucho que no nos veíamos. Se quitó los lentes de sol, me miró con sorpresa, y dijo primero mi apellido y después mi nombre.
   En verdad, no recuerdo qué material estaba copiando, subiendo y bajando la tapa de la fotocopiadora, soportando el calor de la luz del escáner. Era mi trabajo. Me pagaban por eso y no tenía otra alternativa que sacarlo adelante. Así que no indagué demasiado en los detalles. Verme detrás de esa máquina Xerox, último modelo, recargando cada media hora la gaveta con las resmas de papel, era una forma de justificarme, una manera de garantizar que las cosas iban a estar siempre cuesta arriba.
   Qué tal, Mariela, le dije, ¿qué andas buscando?
   Luego de ese ímpetu, automáticamente, sentí vergüenza; bajé la vista y proseguí con mi tarea. No por restarle valor a la situación, sino para demostrarle que todo estaba como antes, que a pesar de aquel empleo seguía siendo la misma persona que había conocido en el secundario. Ella, sin embargo, no pareció pensar lo mismo. Se quedó pasmada, detrás del mostrador, como si estuviese ante la presencia de un fantasma. Desde luego, tenía sus razones. El hecho de encontrarse con el que había sido el mejor promedio de su clase, el alumno a quien todos los profesores ponían de ejemplo y en los actos llevaba la bandera, vestido ahora con una remera de empleado, una gorrita en su cabeza y sacando fotocopias, sin dudas, tuvo que resultarle una experiencia aterradora. No obstante, no pude hacer nada para ayudarle, no había forma de explicarle el curso de mi vida en apenas unos cuantos segundos, ni siquiera valía la pena intentarlo. Decidí entonces resguardarme en mi trabajo. Dejar que las cosas fluyeran por sí mismas…





Emilio Moyano nació en Córdoba, en 1972, y estudió literatura y filosofía. Es autor de Cenizas del tiempo (Comunicarte) y El libro blanco (Ciprés). Más información en: http://emiliomoyano.blogspot.com/ 

4 coment:

Anónimo dijo...

esta bueno!! ...pero me quede con ganas de mas. Felicitaciones! - daniel

Pablo dijo...

Pidamos a Emilio que nos mande lo que sigue...!!!

Anónimo dijo...

Lo que sigue es bastante extenso. Si a uno le hacen lugar en una casa, no debe abusar de ello!! Gracias, de todos modos!

Emilio Moyano.

andrea guiu dijo...

Muy bueno, qué intriga! ¿cómo sigue?