El Estado totalitario es la fantasía perversa de la derecha liberal que hoy gobierna los centros del mundo. Por eso el Nacional Socialismo está tan presente en las producciones culturales actuales, desde el cine, los libros y así. Para el liberal de derecha que vota hoy en el primer mundo, paranoico, medianamente instruido, aburrido, violento en potencia, la solución autoritaria hace que se excite casi sexualmente. Piensa: “Si viniera la policía y le pegara con un palo a estos negros que venden cosas en la calle, ¿no estaríamos más seguros? ¿No tendríamos más dinero para gastar en las vacaciones?” Eso es lo que piensan. Por otra parte, el liberalismo de derecha sabe que dura más sin dejarse tentar. El Capital sabe por experiencia, tiene todo el siglo XX para comprobarlo, que puede soñar pero si concreta tanto la parte Socialista como la parte Nacional le van a cortar las alas, y después lentamente se van a comer todo como un cáncer. Entonces llega hasta el borde, tantea, mete un palo, sueña, pero luego retrocede, y negocia con la socialdemocracia, digamos, vuelve al parlamento. Me resulta muy atractivo escribir sobre esta fascinación que ejerce la derecha totalitaria en la derecha liberal. Al mismo tiempo pensar un Estado totalitario que engendre gente que pueda pensar, que tenga un núcleo duro de represión pero que no logre erradicar los freaks y los hombres raros de sus bordes, es un desafío para pensar la marginalidad también hoy en día. Puede haber vida dentro del tabú del Estado totalitario, eso es obvio, y sirve para señalarle a la socialdemocracia, tan pulcra, tan blanca, que la vida y la disidencia no son su patrimonio exclusivo. Muchas veces con el “miedo a lo autoritario” el progresismo intenta que trabajemos gratis o beneficiemos sus negocios.
(en una entrevista a Juan terranova)
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