de Andrés Nieva
Diario 6
Se levantó temprano para ir a trabajar como cada día y se vistió con la camisa que correspondía al lunes. Para cada día de la semana tiene una camisa diferente, un juego de pantalones de vestir y dos pares de zapatos. Su vida transcurre en la librería donde trabaja de lunes a sábado y es algo que le gusta. Desde pequeño ha leído miles de libros, pero los clásicos son sus predilectos. Si un ocasional comprador le pide un libro de Franz Kafka le entra una emoción difícil de explicar: tiene que hacer esmerados esfuerzos para no derramar lágrimas de emoción. Cree ser un gran conocedor de la obra del escritor nacido en Praga. En su biblioteca tiene ediciones en alemán. Desde muy temprana edad fue enviado por sus padres para aprender el idioma alemán, que ya en su adolescencia dominaba perfectamente. Y aunque no lo comentó con nadie, para él es un triunfo personal poder leer a Franz (como él lo llama) en el idioma original.
Con el tiempo se fue fanatizando tanto con el escritor checo que adoptó la forma de vestir que veía en las fotos de las solapas de los libros con trajes parecidos que encontró en un baúl en la casa de su abuela. Fue a la peluquería y se hizo cortar el cabello indicando con una foto pequeña y sin pronunciarle palabra al peluquero cómo quería el corte, asintiendo con gestos afirmativos o denegando si no estaba de acuerdo. Las orejas prominentes las había heredado de su padre. Salió conforme de la peluquería y se fue a su departamento; se dio un baño y luego rasuró la pequeña barba de tres días que asomaba en su rostro. Dijo en silencio que con la cara limpia se parecía más y se fue a dormir. Al otro día llegó temprano a la librería y el dueño lo bautizó como el pequeño Franz. Desde ese día olvidó el nombre con el que sus padres lo habían bautizado y los clientes de la librería eran derivados por su patrón que les decía "el joven Franz lo guiará en lo que necesite".
Diario 10
Siempre vivió en el barrio, pero había ciertas manzanas por las que nunca se había atrevido a caminar. Días antes de navidad había ido al médico como cada año para hacerse un chequeo. Ella siempre bromeaba con su médico diciendo que cuando uno llega a viejo, es inevitable hacerse chequeos, pero ella lo tomaba tranquila, iba a la peluquería, elegía la ropa que iba a usar, como si se tratara de la visita a un amigo. El médico siempre la encontraba bien, sólo le pedía que caminara un poco, apenas unas cuadras para mantenerse en movimiento. Ella empezó a hacerle caso y en navidad decidió recorrer las manzanas de su barrio que hasta ese momento eran un misterio. Eligió un sombrero con flores, un vestido a tono y zapatillas cómodas para empezar su nuevo hobby. Las casas modernas y antiguas no le causaban ningún sentimiento, pensaba que el mundo estaba perdido a causa de que la gente se apega demasiado a lo material y no a lo espiritual. Siguió caminando, vio varios perros de la calle, miró el reloj: eran las nueve de la mañana. Cruzó la calle, levantó la vista y vio el cartel de una carnicería que le causó una sensación extraña que no podía descifrar. El cartel tenía una leyenda que decía en letras mayúsculas "COMAN CARNES". Adentro de la carnicería había un par de señoras mayores que la miraron de arriba hacia abajo y con desconfianza, pero ella sin inhibiciones las saludó cordialmente. El carnicero le hizo una sonrisa y le dijo buen día. Cuando llegó su turno, lo que primero hizo fue preguntarle el nombre de la carnicería. Él respondió COMAN CARNES. Ella retrucó: no entiendo. Y de inmediato él le dijo: “la historia es así. Desde niño a mí me dicen el indio Comán y por eso se llama así la carnicería, la gente me conoce así desde que soy niño”. Ahora entendí, le dijo ella, disculpe, me intrigaba el nombre. Córteme unos bifes para las milanesas. No hubo palabras mientras cortaba la carne con el cuchillo. Ella pagó y prometió volver y ser la clienta del indio Comán...
Diario 15
Los poetas se aburren es una frase que para algunos puede sonar simpática. Para la mayoría es una pavada. Lo mismo da. Lo cierto es que los poetas se aburren. Igual que cualquiera en el mundo. La primera y única forma de explicarlo es que con cada actividad que comienza él la hace con toda la furia, después lo persigue una especie de cansancio y abandona. Es algo que mantiene tanto en las cosas más importantes como en las más estúpidas. El agotamiento y el desinterés son iguales a los de cualquier ser humano. Es agradable por momentos, lo podrás ver. Cuando el poeta tiene el estómago lleno. Su desesperación, por llamarlo de alguna manera pasa, a un segundo o tercer plano. Barriga llena, corazón contento y con el alma después se verá. Los poetas son igual que vos. No les gusta trabajar, van al cine, compran libros y más. Parecido a vos. Lo único que los distingue es que se animan a escribir lo que pasa dentro de sus cabezas. Los poetas sufren como unos malditos condenados. Algunos se visten de negro y conocen cada bar de la ciudad. Los que entienden de verdad cómo es su profesión. Ríen de su sufrimiento repitiendo siempre los mismos chistes estúpidos. Los poetas se aburren.
Diario 30
–Vos no sos de mi “elite de íntimos míos”, por eso te lo cuento. Tengo cáncer desde hace dos años. Estoy haciendo todos los estudios que me dijo el médico y me encuentro bastante bien. Estoy mejor que vos. Me colocan una inyección cada cuatro semanas y tomo pastillas todos los días. Hace unas semanas fui a Mar Chiquita, me estafaron. Me habían dado el dato de un médico que no era ni curandero, creo. Su tratamiento consistía en baños en la laguna. El agua me llegaba a la cintura pero me resbalé y casi me ahogo. Me tuvieron que ayudar para poder salir del agua. Al cáncer lo tengo quieto, está controlado. Las pastillas me trajeron un problema, no se me para el pito. La semana que viene tengo que viajar a San Francisco. Ahí hay un médico que me dijeron que es muy bueno. Su tratamiento consiste en inyecciones de cartílago de tiburón, ojala me ayuden. Voy a agotar todas las posibilidades. ¿Cuántos años creés que tengo?
–Me parece que 68.
–Tengo casi ochenta. Las minas me dan sesenta y pico. No me quejo: tengo un buen pasar, he trabajado honradamente sin hacer mal a nadie. Trabajo desde las siete de la mañana hasta las ocho de la noche. Desde hace un par de meses por algún motivo no puedo dormir la siesta. Le pago la cobertura médica a la chica que viene a limpiarme la casa, pero no te confundas: es sólo mi empleada. La flaca que es mi novia viene a cocinarme todos los días cerca del mediodía pero estamos medio separados desde hace dos meses. Un amigo que es cardiólogo me recetó viagra. Vale dieciocho pesos, es del laboratorio Pfizer y ando de maravillas. Ah, te cuento una anécdota que tengo de la flaca. Un día después de tener sexo le dije que ella era como una muñeca de trapo. Ella me preguntó un poco enojada por qué le había puesto ese apodo y le dije porque tenés “dos patas de lana”. Tu marido y yo. ¿Te gustó la anécdota?
–Sí, muy divertida.
–Bueno nene, basta de filosofía. Mandate a mudar.
Diario 36
A veces en la calle podés escuchar las cosas más extrañas sin saber si es algo que forma parte de la realidad o de la imaginación. Esto que voy a relatar me pasó hace ya un tiempo y trato de decirlo tal cual ocurrió:
–Hola, ¿cómo estás?
–Bien, trabajando.
–Yo estoy re-loco, sabés.
–Ah, mirá vos. ¿Por qué estás loco?
–Anoche quemé a mis hijos y mi mujer me destrozó el brazo con el cuchillo que corta la carne. Estoy re-loco.
Le miro el rostro y veo que tiene los ojos como si estuvieran fuera de órbita y de su boca se escapa saliva como a los diabéticos.
–¡Lo que hace mal es el azúcar! Te pone re-locazo.
Pasan vecinas por la vereda y lo saludan como burlándose de él.
–Adiós Carlitos, se te ve bien hoy.
–No tengo tarea, doñita –les responde.
Y como si fuera un secreto me dice despacito: –A estas viejas les hago el favor. Sabés una cosa… no hay que tomar nada que tenga azúcar…
Diario 50
La imagen del lugar es un travesti trabajando en la Avenida Circunvalación en la noche. Se acerca el móvil policial, se baja uno y le pide los documentos. El travesti trata de hacerse entender con señas. El policía cree que le está tomando el pelo. Lo llaman al policía por radio y le preguntan si todo está bien, él responde que está haciendo un procedimiento con un travesti que no quiere hablar y que se expresa con ruidos inentendibles. Desde la radio le dicen “es el mudito". El policía entiende la situación. El mudo mira a ambos policías y se saca la peluca. Los policías miran y es pelado. El mudo empieza a reír. Lo policías suben al auto y siguen por la ruta.
(los textos pertenecen al libro Los diarios robados de próxima edición)
Andrés Nieva, Villa Dolores. Publicó: Boca del Río (2004), Una colcha es muy poco para tapar este invierno (2005), Say yes (2007), La suerte del perdedor afortunado (2007), El tiempo es un perro que huele mal y golpea a tu puerta (2009), Poemas piedras (2009), El cuchillo que detuvo los latidos (2010), Love will tear us apart (2011), Elepé (2011); Sus textos además han sido publicados en México, República Dominicana, Costa Rica y Paraguay. Lleva adelante los proyectos editoriales Textos de Cartón, Cara de Cuis Editora y Postales Japonesas Editora. Regularmente sus textos aparecen en su blog personal.
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