La mayor parte de los que mueren hoy en el país tienen menos de treinta años. En situaciones delictivas, reales o fabricadas por la policía, caen bajo el gatillo fácil en los barrios marginales, otras veces fallecen por el paco, que consumen para consolarse de la vida miserable y la falta de futuro a las que los condenó la generación de "mando y predominio", y ese paco que los mata es el que llena los bolsillos de la gente más vieja, políticos y policías corruptos, poderosos traficantes, gente de la generación de mando y predominio en gran parte de los casos. Los jóvenes también mueren en suicidios porque no ven salida, porque el mundo que recibieron no ofrece horizonte, o se destruyen con ingentes litros de alcohol de la peor calidad. Es como si los adultos los hubieran convencido de que su vida no vale nada. En general hay desprecio de los viejos integrantes de la generación de militancia hacia lo que ellos hicieron en los años noventa o lo que hacen ahora, en general hay desprecio de la sociedad. Los jóvenes lo han aceptado y aprendieron a despreciarse a sí mismos. ¿Cuánto valía la vida de los adolescentes que tiraban bengalas al techo, para las autoridades de la ciudad de Buenos Aires? ¿Cuánto, para los empresarios de rock que se enriquecieron con los conciertos? Casi siempre esta gente pertenece a la generación de mando y predominio y lucra con los nuevos.
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