El voto en blanco


   Lo único que había leído de Saramago antes de ser Nóbel fue el famoso evangelio según Jesucristo, que me gusto bastante en plena época posadolescente porque molestaba a los dogmas institucionales y humanizaba a Jesús y su tiempo. Hace unos años intenté con La Barca de Piedra y tuve que dejarla a las pocas páginas, su prosa era un alquitrán cada vez más espeso e impenetrable. No me animaba, por eso, a entrarle a Ensayo sobre la Lucidez; sobretodo porque no había leído el anterior, sobre la ceguera, que contiene a un personaje central que atravieza los dos libros.
   El miedo se materializó a poco de empezar, el ritmo de la prosa parecía viajar en un Escania a veinte kilómetros por hora, pero con paciencia, después alcanzó una velocidad agradable, de crucero. La historia empieza a interesar casi llegando a la mitad de la novela; es buena y está narrada magistralmente si tenés paciencia. Saramago cuenta cómo, la mayoría de los pobladores de la capital de un país deciden votar en blanco en las últimas elecciones, y el Gobierno decide retirarse de la ciudad para accionar desde afuera en lo que cree una conspiración subversiva (¿les suena?).
   La ceguera actúa como metáfora todo el tiempo cuando tres años atrás la población había padecido una epidemia y solo una mujer podía ver, la que termina siendo sospechosa de la conspiración, la figurita repetida. Los personajes policíacos son tratados como clichés de lo mejor del humor paródico-policia y remite a veces a  diálogos de Macedonio Fernández, así, el libro avanza raudamente hacia un final muy serio. Realmente serio.
   La ficción del triunfo del voto en blanco que narra José Saramago se hizo realidad una vez. Ocurrió en nuestro país en las elecciones de 1957. La Revolución Libertadora había prohibido mencionar al general Perón. Los militares habían derogado la Constitución peronista del 49, habían repuesto por decreto la de 1853, y aspiraban a reformarla. El peronismo estaba proscrito, y por eso el gobierno optó por hacer como ni no existiera y convocó las elecciones sin permitirle participar, pese a tratarse del partido mayoritario. Desde el exilio, Perón pidió a los peronistas que votasen en blanco. Y así lo hicieron, y de hecho fue el voto en blanco el que salió vencedor en las urnas. 2.115.861 votantes optaron por esa alternativa. Cerca quedó la Unión Cívica Radical del Pueblo, con 2.106.524 votos, y más lejos la Unión Cívica Radical Intransigente, con 1.847.603; los Conservadores, con 582.589; la Democracia Cristiana, con 420.606; la Democracia Progresista, con 263.805, y el Partido Comunista, con 228.821votos. Claro que no fue exactamente lo mismo que plantea Saramago en Ensayo sobre la lucidez: el voto en blanco era un voto a Perón.
   Saramago afirma que él no apoya el voto en blanco, simplemente plantea esa alternativa. Quienes sí lo defendieron fueron los escritores nicaraguenses Gioconda Belli, Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez en las elecciones al congreso de su país en 2001. En España, en las últimas elecciones al Congreso, fueron emitidas un total de 406.620 papeletas en blanco, un 1’57% del total, record de la democracia reciente española. La cantidad de votos en blanco se ha multiplicado por nueve en ese país desde las primeras elecciones democráticas, celebradas en el año 1977.