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   Al amanecer del 16 de agosto de 1946, grupos de fanáticos musulmanes salieron aullando de sus cuchitriles. Blandían porras, barras de hierro, palas. Ese era el resultado del llamamiento lanzado por la liga musulmana declarando el 16 de agosto de 1946 "jornada de acción directa", a fin de demostrar a los ingleses y a los hindúes que los musulmanes estaban dispuestos "a conquistar por si solos al Pakistán y, si era necesario, por la fuerza". Estos homicidas asesinaron implacablemente a todos los hindúes que encontraban, arrojando sus despojos a las alcantarillas. La Policía, aterrorizada, evitó prudentemente intervenir. Muy pronto, espesas columnas de humo se elevaron en numerosos puntos por encima de la ciudad: los bazares hindúes ardían. Pocas horas después, los hindúes salieron, a su vez, de sus barrios, exterminando a todos los musulmanes que encontraban. Jamás en toda su violenta historia había conocido Calcuta veinticuatro horas de un salvajismo semejante. Hinchados como odres llenos, decenas de cadáveres flotaban a la deriva del río Hooghly, que atraviesa la ciudad. Cuerpos mutilados cubrían las calles. En todas partes, quienes más habían sufrido, eran los débiles indefensos. En una plaza, yacía toda una hilera de coolies, apaleados hasta la muerte en el lugar mismo en que los habían sorprendidos sus asesinos, entre las varas de sus carritos. Cuando la carnicería hubo terminado, Calcuta quedó en poder de los buitres. Volaban en bandadas compactas, lanzándose continuamente en picado para alimentarse con la carne de los seismil muertos de la jornada.