Recomiendo.

Luciano Lamberti es uno de los dos o tres escritores jóvenes que tiene una idea formal de qué hacer con el cuento, ese género tan frecuentado hoy. Nueve textos parejos en extensión, temática y tono le bastan para exponer una visión de la Argentina posdecembrista en clave posapocalíptica. Poco importa que se recurra a un narrador en primera o tercera persona o que los personajes sean jóvenes o no: su presencia imaginaria se proyecta acuciante desde la letra y el retrato social es límpido y profundo. Lamberti ofrece lo que se suele pedir de un cuento: extrema síntesis, “ni una palabra de más”. Parecería, en realidad, que los textos tienen siempre una palabra de menos: la que permitiría cerrar el significado político o moral de las anécdotas. A Lamberti le gustan los escenarios y personajes pertenecientes a una clase media decadente y una estólida clase trabajadora, pero se resiste por igual al patetismo, la indignación y el grotesco. Su acepción del minimalismo consiste en construir constelaciones de signos que ningún diccionario al uso permite descifrar. Como un poeta objetivista, acumula imágenes precisas y desangeladas que se pueden leer como correspondientes con el interior de sujetos perceptivos, no actores, sobre los que no se ejerce la facilidad de ningún psicologismo. Tal vez este libro sea la mejor traslación a la narrativa, veinte años después, de la poética ascética de los objetivistas de los noventa. El tono emocional disfórico, la visualidad, la condensación, el uso moderado del lenguaje coloquial, la atención al entorno geográfico semirrural son rasgos que tiene en común con esa escuela poética. De esa manera, habiendo reflexionado sobre qué contar, Lamberti evita las complacencias de la mayoría de sus contemporáneos y demuestra poseer algo valioso: una noción de la literatura, de sus medios y de su fin. 

 Alejandro Rubio