Amarillo. Con la cara helada detrás de un cristal prometido que más que asediarlo lo libera. Temblando apenas como las hojas del río de Ortiz. Silencioso y pensativo como un cigarro de agua y miel. La melancolía histórica que lo arrincona o lo bebe es también una forma de ver el mundo desde un sillón. Es profundamente ideológico el whisky cuando prefiere la baba a la espuma insulsa de una lengua suelta. Su domesticidad nunca es completa. Tampoco su pertenencia. Nunca nadie pudo rebajar a nombres el saber exacto y vasto de un vaso de whisky. Desde el apenas controlado oleaje que nos perfuma y abduce, el whisky destiñe el hielo que apenas lo subleva. Es casi triste. Casi pálido como el río de Saer. Apenas depresivo como el amor que se practica en la sintaxis promiscua de Onetti. Termina en nada pero antes es casi todo. Casi todo lo que importa está en un círculo profundo de whisky. Casi todo lo que no importa. Amanece herido o devenido en agua. La noche es su cielo y su límite. Su suavidad levemente ardorosa nunca es nuestra. Como un gato en el tapial su grito se oye ero no se sabe. Aunque seamos muchos estamos solos. Como siempre. Lo sabe todo de mí. Yo apenas lo desconozco y me basta. Su sabor es el de la mejor literatura. Y aunque la contiene sabe que la prescinde. Dicen que entra semidormido a la boca. Dicen que vive hasta el estómago. Dicen que tiene varios filos. Yo me acerco hasta él. Y le busco el que me deja sin ganas de matarme hasta que no se muera.
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