Perón

Desde que en realidad era hincha de Boca hasta las dificultades dignas de Gatica que atravesó en su exilio, pasando por el amor desorbitante por sus caniches, el pequeño volumen de Las aventuras de Perón en la Tierra (Sudamericana) reúne las anécdotas y los detalles más curiosos, inéditos e hilarantes vinculados a la figura de Juan Domingo Perón. A manera de muestra, Radar reproduce algunas de las compiladas por dos periodistas de la producción del programa Lo pasado pensado, de Felipe Pigna, y que salieron a buscar, chequear y ratificar historias desopilantes. Acá van dos:



   –¿En serio es él?
   –En serio.
   –Nos gustaría saludarlo.
   –Esperen un minuto.
   El dueño, maitre y cajero de la cantina estilo argentino que llevaba años atendiendo turistas en la ciudad de Panamá, se dirigió hacia donde estaba el hombre en cuestión.
   –¿Puede venir un minuto?
   –Sí, señor, lo que usted diga.
   El general ya se había acostumbrado. Eso ocurría seguido. Dejó la ensalada y el pedazo de carne que estaba comiendo y se paró para acompañar al mandamás de la cantina en la que solía comer con su gente.
   El general Juan Domingo Perón ese mediodía vestía un pantalón claro y una camisa blanca de manga corta por afuera del cinturón. Estaba acalorado, molesto, pero no podía negarse al pedido de sus compatriotas. Uno era el dueño de la cantina, los otros una pareja de turistas, viajeros de ocasión que al enterarse de que estaban comiendo en el mismo lugar que el general Perón no podían resistir la tentación de conocerlo. En su país no lo habían podido ver más que de lejos.
   El general llevaba ya unos meses viviendo en la pobreza acompañado por unos pocos hombres que habían dejado la Argentina para seguir a su líder en un exilio, que hasta ahí no había sido otra cosa que un deambular sin sentido por países que no se animaban a darle asilo por miedo a tener que cortar relaciones con Buenos Aires.
   Fue Ramón Landajo, un espía formado por el general, el que se encargó de armar la logística de la vida en Panamá y el que había encontrado esta cantina de un argentino que les daba de comer a cambio de que el general Perón engalanara su local.
   Perón, entonces, cumplía su papel, iba a la mesa de los curiosos, sonreía con esa sonrisa imbatible, saludaba con los brazos en alto y firmaba algún autógrafo, si el turista de turno lo pedía.
  Una vez cumplido el rito se volvía a sentar para terminar su plato de comida ganado con el sudor de su frente.

* * *

   Después de un periplo sinuoso por Centroamérica y el Caribe, rodeado de espías, esquivando golpes de estado, recibiendo esbirros con orden de asesinarlo o pagando la comida con su presencia y con fotos junto a los comensales, el general Perón detuvo su andar en Madrid.
   Se instaló en un edificio ubicado en el número 11 de la calle Arce. En el piso de arriba vivía otro personaje famoso que llevaba varios años repartiendo su tiempo entre su país natal y España, la actriz Ava Gardner.
   Curiosamente el destino parecía empecinado en unir de alguna manera a las dos figuras. Poco antes de que el general fuera expulsado por un golpe de estado, un humorista de la radio había encontrado en una película una referencia que usaría para bautizar a los opositores. La película era Mogambo y una de sus protagonistas era Ava Gardner, la otra era Grace Kelly. La ardiente morena y la más bien gélida rubia se disputaban los favores de Clark Gable en el medio de las praderas africanas. En la película se usaba el ruido de los tambores como aviso de que los gorilas se acercaban. Delfor, el creador de La revista dislocada, tomó al vuelo el asunto y lo transformó en canción y jingle del programa. Cuando se escuchaba ruido de tambores se anunciaba: “Deben ser los gorilas, deben ser”. Desde entonces y para siempre los opositores a los gobiernos peronistas son llamados gorilas.
   En 1962 la morocha desenfrenada y el ex gobernante coincidieron en el edificio de la calle Arce. No hay actas de las reuniones de consorcio pero sí hay registro y relatos orales de lo mal que se llevaban ambos.
   El general Perón llegó a llamar a la policía varias veces por el bullicio que metía la actriz en su permanente jolgorio. La tremolina que armaba se daba de patadas con la vida ordenada, cuartelera incluso, que Perón llevaba. Si el general denunciaba a las autoridades el desorden que provocaban Ava Gardner y sus invitados, la actriz aseguraba que los perros del general eran absolutamente histéricos e insoportables, aunque lo que más odiaba era que, según ella, el ex dictador extrañaba sus arengas ante las masas y que por eso salía al balcón lanzando discursos a una multitud imaginaria a la que saludaba con las dos manos en alto.
   Cuentan que mientras el general se quejaba de la vida fiestera de Ava, ella cada vez que lo veía asomarse al balcón salía y le gritaba: “¡Perón maricón!”.

Categories:

2 coment:

Anónimo dijo...

Se agradece la publicación.
Un abrazo.
Luciano di Vito y Jorge Bernárdez (autores del libro)
www.lasaventurasdeperon.com

Pablo dijo...

Gracias ustedes por la visita.